Recientemente el ayuntamiento de nuestra ciudad de Sevilla amplía las multas para los indigentes por rebuscar en la basura: “Queda prohibido extraer o rebuscar residuos una vez depositados en los contenedores»; y más adelante nos enteramos de que las sanciones pueden alcanzar los 750 euros, frente a los 300 de la norma ahora derogada.
Si intentamos comprender lo que castiga esta ordenanza a la luz de los datos que nos ofrecen organizaciones como Ayuda en Acción, UNICEF o Cáritas sobre el riesgo de exclusión o fractura social en nuestro país, lo primero que a uno se le ocurre es un exabrupto contra esos déspotas insensibles que el 25 de julio, antes de irse de vacaciones, aprobaron la ordenanza que acaba de ver la luz. Pero sería bueno no hacerlo y reflexionar un poco sobre un asunto tan delicado como este de la pobreza del que, como la muerte, ningún vivo puede sentirse ajeno.
Los pobres siempre han sido considerados un bien necesario para que los poderosos de cada tiempo mantuvieran sus riquezas y su poder. Tras la revolución industrial, con un cambio de modelo ideológico sobre el trabajo y la propiedad privada, la pobreza va convirtiéndose poco a poco en un elemento discordante: un pobre sólo sirve al capitalismo si, con esfuerzo y tesón, llega a hacerse enormemente rico; en caso contrario, supone un buen ejemplo del fracaso del sistema.
En la actualidad la pobreza regresa con más fuerza a nuestra sociedad, empujada por las crisis y alentada por las mentes más reaccionarias, con la intención de sustituir y desbancar una idea tan “peligrosa” como la de justicia social.
¿Cómo se resuelve entonces la idea de pobreza en un mundo capitalista? Muy fácil: los malos gestores, como en el reciente caso del ébola, culpabilizan al propio individuo de su estado de miseria y, por esa razón, los pobres acaban entrando en el saco de “vagos y maleantes”; es decir, que se es pobre por la misma razón por la que se es ladrón de joyas o traficante de armas, porque uno decide ganarse la vida de esa manera. Es esto justo lo que consideraron los biempensantes de este 25 de julio en nuestro ayuntamiento: que la persona que es capaz de meter su cabeza dentro de un contenedor para rebuscar los restos de comida lo hace porque prefiere saciar así su apetito, en vez de tener un trabajo digno que le permita, por ejemplo, ir al supermercado de la esquina y comprar alimentos para poder tirar -también él- a los contenedores un 25 % de los mismos, como, según las últimas estadísticas, hacemos las personas “educadas”.
Pero el espíritu de esta y otras ordenanzas va más allá; con esta ordenanza municipal el Ayuntamiento de Sevilla lanza el siguiente mensaje: “quitémonos a los pobres de en medio, son gitanos o inmigrantes que ensucian nuestras calles, o son la los vagos que no quieren trabajar y envilecen los marcos incomparables de esta hermosa ciudad hecha, según parece por las actuaciones de nuestro alcalde, para los turistas.”
Nos preguntamos: ¿Quién “ensucia” más? ¿Estos pobres callejeros o los veladores de los bares que cada vez más despojan a los peatones del uso de las aceras? ¿Estos harapientos o determinadas fábricas que, sin pudor y con el silencio cómplice de algunos políticos, envilecen las aguas de nuestro río con los desechos industriales? ¿Quiénes reciclan chatarra o quienes no hacen planes de movilidad sostenible para la ciudad? Y pensando fuera de nuestro municipio… ¿El Partido Popular castiga con 750 euros por esparcir los desechos en la vía pública sevillana y se cruza de brazos ante el cementerio radioactivo de las balsas de fosfoyesos en Huelva? No encontramos mejor ejemplo para el concepto de hipocresía.
Porque no nos merecemos tener un país con 12 millones de personas que viven en situación de pobreza y exclusión en España…. La solución a la pobreza no consiste en tratar de ocultarla bajo una alfombra, o una multa como hace el Alcalde de Sevilla, sino en tomar conciencia del problema y poner los medios para erradicar la pobreza. ¡Y es posible hacerlo! Desde EQUO vemos como salida la implantación progresiva de la Renta Básica Universal, el reparto del trabajo, el desarrollo de la economía social, la economía del Bien Común y la ruptura de los oligopolios energéticos y alimentarios.
La pobreza es una de las mayores injusticias porque se sabe cómo se puede erradicar la pobreza. Se sabe qué políticas pueden erradicar la pobreza, pero quienes nos gobiernan no lo hacen, miran para otro lado.
Este sistema económico es una fábrica de empobrecimiento y depende de todos cerrar esta fábrica atroz.