No seamos ranas

Un día escuché en un programa de radio algo que me llamó mucho la atención. Según el locutor, si intentas introducir a una rana en un vaso lleno de agua hirviendo, reaccionará inmediatamente dando un salto para alejarse de ese líquido abrasador. Hasta aquí, todo normal, previsible. Pero si la introduces en un vaso lleno de agua fría, continuó explicando, y vas calentando el agua lentamente hasta el punto de ebullición, la rana permanecerá inmóvil, sin reaccionar, dejándose cocer viva en lo que será su último charco. Increíble, ¿verdad?

Sin embargo, hoy, reflexionando sobre la situación que estamos viviendo, me ha venido a la cabeza la imagen de aquella desdichada rana. Si retrocediéramos en el tiempo, veinte o veinticinco años atrás, cuando considerábamos asentados en la sociedad unos derechos ya indiscutibles, cuando el corrupto, o presunto corrupto, se veía obligado a dimitir con celeridad y su partido no tenía más remedio que marcar distancias para no pagar un alto precio en las siguientes elecciones, cuando, al menos, una parte del sistema financiero estaba más próximo a la ciudadanía (Cajas de ahorro locales, por ejemplo), cuando era duramente criticado los primeros intentos de un amarillismo excesivo en la prensa, o de forma generalizada se rechazaban, por su bajeza moral, los neonatos programas de tele basura, cuando la conciencia ecológica empezaba a valorar la degradación a la que estamos sometiendo a nuestro planeta, y nos hubieran dicho que algunos derechos pueden ponerse en cuestión, que los corruptos, o presuntos corruptos, podrían volver a presentarse arropados por sus partido, que las Cajas y los Bancos jugarían al monopoly con el dinero de todos, que la imparcialidad en la prensa era despreciada porque no producía alta rentabilidad, que las distintas cadenas estarían compitiendo por ofrecer el programa más cutre, morboso y nauseabundo, y que estaban tratando al planeta como un gigantesco estercolero, seguro que,  como la rana del primer experimento, nuestra indignación nos hubiera hecho reaccionar sin demora, ante la brusca calentura que tales hechos hubieran producido en nuestras cabezas. Pero es ahí  donde radica, precisamente, el problema. Como la rana del segundo experimento, durante estos últimos años nos han ido acostumbrando, poco a poco, a las nuevas temperaturas  que han ido induciendo al recipiente político y social en el que nos hemos dejado sumergir. Y como ella, sin terminar de comprender por qué el hábitat que nos rodea se va volviendo cada vez más hostil,  nos vamos dejando vencer por ese impuesto sopor al que nos están sometiendo, como indolentes seres sin capacidad de reacción alguna.

Como al mismo planeta, nos cuecen vivos y parece que no nos demos cuenta. Como si aceptáramos de forma resignada que la única vida posible está dentro de ese recipiente en el que nos han colocado, y cuya intuida y próxima ebullición amenaza con evaporar los nobles avances que, en el sentido más humano, hemos conseguido, además de cocernos en esta realidad sin futuro.

Sí, seguimos permitiendo que nos dirijan los mismos que atizan el fuego, mientras asistimos como espectadores pasivos a la degradación política, la perversidad financiera, la manipulación y ausencia de valores en los medios de comunicación y, en general, la descomposición de una sociedad a la que siguen calentando, gradualmente, hasta dejarla adormecida en su propia desesperación, sin que, al parecer, consiga coordinar los suficientes músculos que le permita salir, de una vez, con un enérgico brinco hacia delante, de esa sopa suicida de la que, si no reaccionamos, todos llegaremos a formar parte.

Tenemos que salir de este asfixiante caldo político y social antes de que sea demasiado tarde. Y no encuentro otra forma que la de aunar todos los músculos posibles para que esta sociedad, con un enérgico salto, se libere de esta agobiante pecera. Mientras permanezcamos dentro ella, como los peces, si abrimos la boca, sólo conseguimos tragar más agua.

No espero que cada uno de nosotros se convierta en un heroico príncipe que, por sí solo, sea capaz de enfrentarse a los que están calentando nuestra desdicha. Me conformaría con que, al menos, no seamos ranas.

J. Moral, Simpatizante de EQUO Córdoba

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