La noria suicida

Ahora con la feria de Córdoba me vienen recuerdos de cuando asistía con mis hijas pequeñas. Lo primero que hacíamos era subirnos a la noria, donde alternábamos la agradable sensación de ascender hacia el cielo, con el inquietante vértigo que producía la bajada. La feria, la noria… algunas veces, y especialmente ahora, se me antoja como una metáfora de nuestro sistema y clase política predominante.

Los grandes partidos políticos, y algunos satélites que, junto con ellos, han convertido en dogma de fe, por encima de todo, alcanzar el poder, ofrecen su particular feria con la llegada de las elecciones, y nos montan esa gigantesca noria a la que, como abducida, acaba subiéndose casi toda la sociedad, mientras hacen sonar sus flautas de Hamelin compitiendo por hacer llegar a nuestros  oídos esas embaucadoras melodías que, a decir verdad, la mayoría está deseando escuchar: trabajo estable, derecho a una vivienda digna, sanidad y educación pública y de calidad… un arco iris a precio de saldo y las mil una noches, que suelen acabar con el cuento de los “cuarenta ladrones y Bárcenas”… perdón y Alí Babá (en que estaría yo pensando). Y, con la euforia de las elecciones recién ganadas, la noria empieza a girar con ese agradable cosquilleo que te provoca la sensación de poder acercarte al cielo prometido.

Traicionera atracción: la trayectoria que dibuja la noria, como la mentira, es circular y, antes o después, acaba regresando al punto de partida. Es cuando llega el descenso, la mirada hacia abajo, el vértigo… sintiendo nuestro pesado cuerpo, de nuevo, regresar al suelo. Pero como no queremos  que se acabe la feria, nuestros sueños… no un sueño universal  y compartido, sino el mío, el que cumple mis expectativas (ellos lo saben), vuelven a tentarnos con sus cantos de sirenas para que, en las siguientes elecciones, sigamos subiéndonos en masa en su mastodóntica noria.

¿Y qué hacemos nosotros?… pues volver a subir. Es cierto que muchos cambian de asiento (el que se sentaba a la izquierda se corre hacia el centro, el que estaba en el centro hacia la derecha, o al revés), pensando que de esa forma nos pude ir mejor el viaje. Pero, unos y otros, seguimos montados en la misma noria. Una noria que, con el paso del tiempo, está cada vez más descuidada, más desatendida, provocando que los viajes empiecen a poner los pelos de punta al comprobar cómo rechina la quejambrosa herrumbre que, tan amenazantemente, la sostiene.

Y una nueva vuelta, y otra, y otra más… Nuestras caras empiezan a estar desencajadas, la aceleración en la bajada es cada vez más violenta, y el terrible vértigo provoca una generalizada sensación de mareo, algunos desfallecimientos y demasiados vómitos. Es la sensación de caída al vacío, y el miedo que produce estar subidos a una noria descontrolada de la que, cada vez con más frecuencia, la genta sale disparada (desahuciada) de sus propias cabinas (de sus casas, de sus trabajos, de sus esperanzas…), mientras el resto se agarra como puede tratando de no mirar la evidente osteoporosis férrica que sufre el esqueleto del que cuelgan suspendidos.

Sí, esta noria puede derrumbarse en cualquier momento, y lo peor es que nos arrastre a todos en su caída. ¿A qué esperamos, pues, para reaccionar? ¿No sería mejor desmantelarla antes de que se produzcan más desgracias? ¿Por qué no cambiar de atracción?…

¿Qué no hay alternativas?… de eso pretenden convencernos. Pero claro que las hay, sólo que no le damos espacio en ese recinto ferial que siempre acaban ocupando los mismos. Tal vez, porque ya estamos aleccionados a escuchar sus melodías como la única música posible. Como si sólo pudiéramos “danzar, danzar, malditos” al son que ellos nos marcan, o, como los angustiados personajes de Buñuel, en “El Ángel exterminador”, nos sintiéramos atrapados en su recinto ferial sin hallar el modo de salir.

Sin embargo, si prestamos atención, sí que existen otras voces, otras alternativas, otras maneras y modos y, sobre todo, otro fondo. Sólo que su atracción no se anuncia con la ayuda de esos potentes altavoces que te revientan los oídos con mensajes dirigidos a nuestro ego particular, que, además, como siempre, volverá a quedar defraudado.  Son algunos de esos pequeños partidos, que llevan tiempo anunciando que este sistema (esta noria) no se sostiene, que tenemos que inventar otro tipo de atracción que no amenace nuestra integridad, dignidad y futuro. Son esas voces que se dirigen a una nueva conciencia social, universal, donde deberíamos caber todos, sin excepción, para que la feria no se convierta en una lucha feroz de estruendosas megafonías que, descarnadamente, intentan controlar el recinto ferial,   favoreciendo, como siempre, que unos pocos disfruten de los mejores espacios, exquisitos langostinos y selectos vinos, mientras la mayoría intenta mal subsistir sirviendo sus copas, ofreciéndoles claveles o limpiando la basura que van dejando tras de sí.

En política, la atracción, no debería ser de feria, pues nos jugamos demasiado, sino de ideas, de ética social, de proyectos humanos para todos los humanos; para los que estamos y, sobre todo, para los que vendrán.

El caso Naseiro, el caso Filesa, los “fondos reservados”, la cultura del pelotazo… y la noria sigue dando vueltas. La pura y dura especulación, el timo del ladrillo, la burbuja inmobiliaria, la contaminación del planeta, el cambio climático… y otra vuelta más (empiezo a marearme). La guerra de Irak, Aznar Campeador, las manipulaciones de los atentados en Madrid… y otra vuelta. El caso Gürtel, los ERES, los trajes, los jaguar, los sobres, los sobresueldos, que si sí, que si NOS… y otra más (apenas me queda nada que vomitar). La prima es un riesgo, la banca nunca pierde, las preferentes, los desahucios, el paro, los recortes en sanidad, y más paro, en educación, y más paro, los recortes en vergüenza, las indemnizaciones en diferido, los Bárcenas, Pujol, Guerrero… y sigue dando vueltas… ¡Por favor que se pare esta noria! Yo no sé ustedes, pero yo me bajo… ¡que ya no aguanto más!

José Moral

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