El Manifiesto Última Llamada y la desviación a la izquierda

Después de leer la reflexión personal sobre el manifiesto “Última llamada” del antropólogo social e integrante del grupo promotor del mismo Emilio Santiago Muíño, una idea quedó rondando en mi cabeza: La crítica que hace referencia al manifiesto por estar muy “virado a la izquierda”, cuando se trata de una problemática que afecta a todo el conjunto de la sociedad.

Y esa idea, mientras trabajaba, me condujo a otra que por conexión lingüística sobrevendría irremediablemente a la mente de cualquiera que trabaje en un laboratorio de diagnóstico clínico, como es mi caso: La desviación a la izquierda.

En resumen, el concepto de desviación a la izquierda en una fórmula leucocitaria significa que existe un número elevado de formas jóvenes inmaduras de glóbulos blancos (neutrófilos inmaduros o bandas) que la médula ósea produce y libera a la sangre con urgencia, antes de que hayan madurado completamente, para poder hacer frente a infecciones bacterianas mediante fagocitosis.

Metafóricamente hablando, y al hilo de conversaciones amistosas en las plazas de Córdoba sobre la necesidad o no de andar redefiniéndonos como gentes de izquierdas a la hora de posibles confluencias de empoderamiento ciudadano, se me ocurre que convendría elevar el número de “formas jóvenes” activas, definidas como “de izquierdas” o no, para hacer frente a la infección capitalista que sufre nuestro sistema orgánico (el de la Humanidad) que vive a expensas de un ecosistema planetario al que estamos esquilmando y que determina todos los aspectos de nuestras vidas: alimentación, transporte, urbanismo, industria, arte, desenvolvimiento de nuestra vida social y política…

La gran victoria de la infección capitalista es hacernos creer que no hay posibilidad de sanación, que debemos resignarnos. Pero SI la hay.

Ecofeministas como Vandana Shiva, que lleva décadas actuando como la mismísima médula ósea, generando neutrófilos banda; la filósofa feminista Judith Butler que sugiere la desidentificación colectiva con el capitalismo para la progresiva desidentificación patriarcal (infección concomitante del capitalismo); y economistas feministas como Carmen Castro García o Amaia Pérez de Orozco, por citar algunas españolas, llevan otro tanto sugiriendo interesantes alternativas al actual modelo económico produccionista y relanzando la “economía del buen vivir”.

Tenemos en nuestra mano, como todas ellas afirman,  la posibilidad de tomar el poder que tenemos como consumidoras/es haciendo frente a la infección del sistema. E incluso de ir más allá de los cambios individuales en nuestro consumo y de participar en iniciativas colectivas puntuales como redes de consumo local, banca ética o cooperativas de energía verde, sostenible y no centralizada. Es muy importante no perder de vista la perspectiva política, porque un cambio sustancial en nuestro modo de vida sólo puede ser fruto de la acción a gran escala responsable y colectiva.

Estoy de acuerdo con Muíño en que no es posible “confundir izquierda y anticapitalismo” porque gran parte de las personas que nos identificamos con la izquierda en nuestras sociedades del que llamamos, paradójicamente, mundo civilizado, no somos anticapitalistas en nuestra práctica. Sobrevivimos en medio de la sepsis, en la infección generalizada, globalizada, del capitalismo. Pero si realmente fuésemos capaces de transformar nuestros pensamientos y palabras en hábitos colectivos de vida, se desprendería cierta fórmula social en la que sin duda, y pese a quien pese, podría leerse una desviación a la izquierda.

Ana Pérula

Técnica Especialista de Laboratorio de Diagnóstico Clínico.

Miembro de EQUO

 

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