¿EL MUNDO AL REVÉS? (por Mar Verdejo Coto)

Foto Mar VerdejoMi madre no para de contar lo pesada que fui de pequeña, en la famosa etapa infantil en la que nos pasamos todo el día preguntando el porqué de las cosas. En mi etapa adulta no es que haya dejado de ser inquieta, preguntona y curiosa de todo lo que me rodea y vivo. Ella puede preguntarse por qué sólo recuerdo, entre las nanas que nos cantaba por la noche, la canción del “lobito bueno” de José Agustín Goytisolo. La letra habla de un lobito bueno; príncipes malos; brujas hermosas y piratas honrados: todo dentro de un mundo al revés.
Carmen Coto Sebastián, mi madre, que seguro que está leyendo esto en el trabajo, ya me estaba preparando para el mundo en el que vivimos actualmente y, con esta “inocente” nana, empezó a desprenderme la venda de los ojos que nos impide ver el mundo en el que vivimos. La realidad se nos muestra con tal brutalidad que hasta hacemos lo imposible para que no se nos caiga de los ojos: nos es más fácil vivir con ella puesta. José María Ridao, en su último libro “Estrategia del malestar”, nos invita a forjar una mirada que ayude a distinguir la naturaleza del ser humano entre nuestras costumbres, a través de lo que él llama: una visión calidoscópica del mundo. Dejándonos pistas en forma de zoom, cómo en una cámara fotográfica, pasando del macro al micro en tan sólo unas páginas. En la vida actual los hechos ocurren a una velocidad de vértigo y no nos da tiempo ni a profundizar ni a dedicarles la atención suficiente para asimilarlos y tener una opinión acertada de los mismos: todo sucede más rápido que nunca, e incluso puede parecer que no ocurre en el mundo si nos dejamos guiar por los medios de comunicación: la realidad no se parece por tanto a la Historia, y ésta se nos muestra como un fantasma a los ojos del mundo. Nikolina Dimitrov, compañera de EQUO, en su blog escribía sobre la Guerra de los Balcanes: “es una realidad muy compleja y posiblemente si pudieras comprender y sentir todo lo que ocurrió, tu mundo se caería en pedazos”. Nikolina narra en primera persona la guerra vivida cuando era una niña de nueve años: la Historia toma otra dimensión ante el relato de la vivencia. La guerra, por ejemplo, contada en los medios de comunicación se muestra como algo lejano e, incluso, inexistente en cuestión de horas. El término refugiado o náufrago en los medios de comunicación se llega a convertir en inmigrante carente de derechos humanos. En cambio nuestros jóvenes emigrados nos los presentan como valientes que han ido a buscar una vida mejor fuera del país. La Historia se transforma en función de quién la cuente y del cristal con el que la miremos. Mientras tanto podemos seguir girando la cabeza cuando vemos a los pobres rebuscando en los cubos de basura, incluso borrar de la memoria los bancos de las plazas que antes ocupaban los sin techo, como ha ocurrido en una popular y reivindicativa plaza de la ciudad. Así, la pobreza no inquietará nuestros paseos o compras mientras hablamos de manera jocosa de la vida amorosa del “famoseo”: lo verdaderamente importante pasa inadvertido en los medios públicos pero también pasa inadvertido en nuestras vidas cotidianas.
Mi madre no canta muy bien, por cierto no le gusta que se lo diga, pero con su nana empezó a quitarme la venda de los ojos y, ahora, del resto de la venda me tengo que ocupar yo con los recursos de los que dispongo, e intentar entender el mundo en el que me ha tocado vivir.

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