CON LA VOZ BIEN ALTA (por Mar Verdejo Coto)

Mar Verdejo Coto
Mar Verdejo Coto

“Erase una vez una niña de que iba todas la mañana al colegio por un camino que tenía el color del arcoíris. María iba acompañada de sus dos papás en bicicleta hasta el cole; en la cesta de la bici llevaba una mochila de color violeta y la portaba orgullosa porque se la había regalado una de sus tres abuelas. La mochila contenía miles de granitos de arena que iba depositando a diario, con el resto de los compañeros y compañeras, en el patio del colegio porque estaban formando una gran montaña de igualdad. Una montaña con la que estaban rompiendo roles, estereotipos de género, visibilización de las mujeres en la historia, prevención de la violencia de género, relaciones igualitarias, diversidad familiar, identidad, orientación sexual,  prevención de la homofobia, etc. María y sus colegas del Centro Educativo sabían que no lo tendrían fácil porque los mayores no tienen la tolerancia ni la visión sin prejuicios de la mirada limpia de la infancia. Entre todos y todas conseguirían que la igualdad fuera real, implicando a toda la sociedad y que los gestos políticos fueran auténticos, porque María y sus colegas sabían que se podían hacer muchas cosas para conseguir una gran montaña de igualdad si todos y todas ponían de su parte. Y colorín colorado, este cuento sólo ha empezado.”  

Las siguientes líneas no forman parte de un cuento infantil sobre diversidad afectiva y sexual. La FELGTB (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales) ha iniciado una campaña para sensibilizar sobre la discriminación, en ella dicen que en España un 38% de las personas LGTBI+ se han sentido discriminadas o perseguidas, han sido víctimas de insultos, amenazas o perseguidas alguna vez, pero sólo un 10% lo ha denunciado. La discriminación no es broma.

Hace ya casi veinte años visité Eslovenia, junto a un grupo de jóvenes del Consejo de la Juventud, iba representando a nivel federal a mi asociación. Este país estaba preparando su entrada en la Unión Europea y, desde diferentes redes, estaba mostrando a Europa que estaban más que preparados para que los aceptáramos. Vine gratamente impresionada de cómo hacían las cosas con pocos recursos, y también por la normalización de las muestras de amor en parejas del mismo sexo en público. Dos chicas de la mano en el autobús urbano, como una pareja heterosexual, que tiene permitido socialmente las muestras de amor ante la sociedad en la que vivimos; una despedida con beso de una pareja de chicos, en una esquina de la ciudad de Ljubljana con una población de unos 300.000 habitantes. El país no sólo se había reconstruido de la independencia de la ex Yugoslavia, sino que estaba reconstruyéndose sobre una sociedad con base en la diversidad e igualdad. No vi a nadie en la ciudad soliviantado ni insultado con estas muestras de amor en esta sociedad que se estaba mostrando a la UE tal y cómo eran.

20 años después, me doy cuenta de que sigo impregnada de aquél viaje y no sólo por el manto de nieve de más de un metro que tenía el país aquellos días, sino por la sociedad igualitaria y diversa que eran y que estaban construyendo desde el respeto y la tolerancia. El amor, por mucho que nos hagan querer ver y juzgar, no es blanco o negro, como me dijo un día mi amiga psicóloga y sexóloga Olivia Giménez, sino que es de todos los colores y matices. Los niños y las niñas tienen claro, de manera intuitiva y natural, la diversidad en la vida: ¿por qué nos empeñamos los adultos en hacérsela ver en blanco y negro?

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