Germán Jiménez (Profesor en el IES Juan de Mairena – Mairena del Aljarafe)
Me pide el equipo de comunicación de EQUO que hable sobre la educación… Más fácil sería contar los granos de arena en el desierto que transmitir mis ideas sobre la educación, el océano en el que navego y naufrago todos los días, porque todos los días me asombra y me defrauda y me alegra y me cansa… Por eso no voy a hacer reflexiones sesudas, ni voy a dar datos que sirvan para argumentar nada; conoceréis mis sentimientos y mis impresiones después de treinta años de trabajo en un instituto.
Y ahí va mi primera impresión: ¿Qué han hecho estos políticos, especialmente los socialistas, para que, muerto el dictador, no hayamos conseguido logros fundamentales? Me siento, aunque todavía animoso, terriblemente defraudado, porque empecé mi carrera profesional en los años 80, con todo la euforia de aquellas fechas en las que pensábamos que había que cambiar el mundo (una España bastante ignorante, pero hambrienta de desarrollo) y que aquello podríamos conseguirlo a través de la educación. Y conste que no soy pesimista con la situación actual, porque creo que son solo intereses económicos los encargados en proclamar una y otra vez que el sistema público es, como poco, muy deficiente. (Será ese otro problema en el que no vamos a entrar, porque hoy le corresponde hablar a los sentimientos.)
¿Cuáles han sido, en mi opinión, las causas de un desarrollo más lento de lo esperado y de ese andar y desandar caminos que a veces no llevaban a ninguna parte? Contesto: salvo en las ocasiones en las que he visto claramente zancadillas políticas, el desgarramiento de aquellas ilusiones primeras no ha sido más que producto de la estupidez y la contumacia. Si hay culpables en la situación actual, estos son los estúpidos. Los “malvados”, es decir, aquellos que se vienen oponiendo desde principios del siglo XIX a la existencia de un pueblo mayoritariamente educado y crítico, han tenido que hacer bien poco… El daño ya lo hacíamos entre todos. Dicho de otra manera, mi opinión es que la derecha española (UCD, AP y ahora el PP) ha sido más consciente de la importancia de la educación que la misma izquierda. Un amplio sector del PP, como la CEDA de la República cuando desbarató todos los avances educativos del primer bienio, tiene muy claro que a un individuo ignorante, poco crítico o experto tan solo en un área especializada, se le gobierna mejor que a una persona que reflexione y argumente. Esa es la ley Wert: hagamos hombres del futuro (laboral); formemos a las personas para trabajar y para trabajar bien, pero solo para eso; y por ello, quitemos del currículum la “Educación para la ciudadanía” y la “Filosofía”, asignaturas fundamentales para que los individuos reflexionen sobre su papel como ciudadanos de una polis. La LOCE del 2002 de Pilar del castillo, que nos obligaba a comulgar con el constructivismo, iba por el mismo camino y, aunque intentaba arreglar algunas cosas, suponía un ataque contra la atención a la diversidad. Confieso que, en este caso, hablo de oídas porque no tuve que leérmela.
¿Y qué han hecho del sistema educativo público los socialistas después de tantos años en el poder? Algunas cosas, es verdad. Se han sentado principios que entonces nos parecían inalcanzables y que todavía hoy siguen molestando como chinches en algunas cátedras. Pero desde hace más de una década vengo pensado que los socialistas, en lo que se refiere a la educación, han pecado de ingenuidad y de soberbia. Una y otra falta son perdonables; las dos juntas, ¡de ninguna manera! El “buenismo” que nos llevó a pensar en los años 90 que todo (la comida, los viajes, el vestido, cualquier espectáculo…) era Cultura, y que así se ha mantenido por intereses comerciales hasta nuestros días, nos llevó también a pensar que la incultura y las malas prácticas políticas de un pueblo podían eliminarse fácilmente, si uno les ponía por delante a los jóvenes la verdad democrática. De golpe – y ese es otro tema- a profesores y profesoras de bastantes años de docencia tradicional y a gente recién salida de la facultad, sin experiencia y sin más conocimiento que el de sus temarios, se nos pidió que formáramos “ciudadanos para el futuro”. Así, tal como suena… Siempre habíamos intentado formar a buena gente, impregnar de valores nuestras clases, solidarizarnos con los más débiles, pero de ahí a formar “ciudadanos de futuro”… La ley que nos obligaba a ello, la LOGSE, no nos dio ningún instrumento adicional para la tarea y cada cual entendía de diferente manera ese concepto de nuevos ciudadanos, porque nosotros seguíamos asistiendo a las mismas aulas/jaulas de bancas pintorreadas y sillas cojas, escuchando los mismos timbres expeditivos, estudiando en los mismos libros, jugando en los mismos patios sin un árbol… Y para más inri, los ciudadanos del futuro debían seguir sentados seis horas seguidas al día, (¡quietos parados de ocho y media a tres, y de los doce hasta los dieciocho o veinte años!), aprendiendo las mismas materias y de la misma manera. Verdad es que hubo entonces muchos cursos de perfeccionamiento del profesorado, de los que ahora no voy a hablar por no extenderme y porque no guardo ningún buen recuerdo. Pero mientras se imponía el “buenismo” en las escuelas y en los institutos, y la Universidad se cerraba en banda argumentando autonomía como si con ella no fuera el asunto de la educación, el “malismo” social empezaba a aflorar como un auténtico cáncer; y los pelotazos, y las comisiones y las falsas contabilidades de empresas y gobiernos hacían que, sin superar la ESO, mis alumnos y mis alumnas salieran como escopetas de aquellas cavernas de saber ambiguo en busca de sueldos que superaban con creces el mío, ¡y encima sin pasar el fisco!, de coches de importación y de viajes a Cancún… Muy pocos querían formarse para ser ciudadanos del futuro, querían ser ciudadanos del presente. Fue entonces cuando, imitando a los centros concertados donde una monja cuartelera imponía todo el respeto necesario para pasar el día, se nos ocurrió cerrar los centros… Y los cerramos por y hacia dentro, y los cerramos por y hacia fuera. Malos años, malos. Los institutos eran en los 90 y a primeros de siglo una bomba de relojería, activada por la llegada masiva de inmigrantes, muchos de ellos desconocedores de nuestro idioma, y a los que, con muy buen criterio pero con muy pocos recursos, había que escolarizar.
Mientras tanto, los colegios concertados parecían auténticos spás. Y es que con eso de la libertad de los padres a elegir el centro educativo, los socialistas habían caído en la gran trampa de la derecha: la de la libertad individual a costa de la igualdad y, por tanto también, de la libertad de los colectivos más débiles, la mayoría. Pero eso también es otro tema, o mejor dicho, el gran tema.
A todo esto, los claustros habían perdido fuerza, porque se imponía una autoridad que fuera superior a la del profesorado, y las veces que desde el interior de los institutos llamábamos la atención y protestábamos sobre la situación de los centros, o pedíamos otro tipo de soluciones, los gobiernos del PSOE echaban mano de la “élite” cultural del país, -tan condescendiente a veces con los errores de los socialistas- para que, a través de los típicos comunicados de pintores, cantantes, poetas…, nos hicieran ver que reformar las reformas era algo muy reaccionario que atentaba contra los principios de igualdad y de libertad. En esta situación, los centros escolares públicos se han ido convirtiendo en las Urgencias del sistema, adonde acude una gran mayoría de jóvenes que no tienen nada mejor que hacer. Si estoy hablando de sentimientos, esto es lo que más me apena de la situación actual; aunque también quiero decir que, en los últimos años, se vienen observando algunos “brotes verdes”. (Espero que no sean éstos como los otros.)
De toda esta situación los colegios concertados se han sentido claramente beneficiados por una ley que ya desde el principio les convenía, pues al dejar un bachillerato en dos años, cualquier familia media puede hacer el esfuerzo de pagarle a sus hijos una “educación exclusiva”, que así es como se venden. Frente a estos, el sistema público de educación debe prepararse, -y puede hacerlo-, para ofrecer una “educación inclusiva”, en la que el individuo, sea cual sea, no se sienta constreñido en ningún gueto, sino miembro activo de una sociedad que intenta ser justa, participativa y solidaria.
Este es nuestro reto y no es tan difícil. Pero la educación española no debe seguir en manos de gobiernos alternantes y partidistas, ni de personajes que quieren firmar en el libro de la historia. Es imprescindible un pacto social, un Pacto de Toledo, una especie de constitución educativa que ponga las bases fundamentales del sistema, porque eso evitará las continuas guerras que hacen de la educación un arma política para luchar contra el adversario político. Así ha sido desgraciadamente desde los comienzos de la democracia. La educación, el espacio de paz y desarrollo intelectual, convertida en un arma en manos, con frecuencia, de incapaces, de corruptos o de iluminados.
EQUO debe liderar ese pacto para que sea la sociedad, y no los padres que no son los dueños de sus hijos, ni el profesorado que no es el dueño de los centros, ni los gobiernos que no son los dueños del sistema, sino la sociedad en su conjunto la que determine qué tipo de educación queremos. Si lo hacemos así, tendremos mucho menos problemas con palabras como calidad, coeducación, libertad, tolerancia… y mañana viviremos más concordes con nuestro entorno y con nosotros mismos. Hay tantas cosas que ganar con una buena educación que merece la pena intentarlo una y mil veces.
Los contenidos que publica esta página son opiniones personales y no reflejan la posición oficial de EQUO Sevilla en ningún tema tratado.
2 ideas sobre “¿Y la educación? ¿y del sistema educativo?”
Estimado compañero Germán,
Comparto muchos de los sentimientos y consideraciones que expones, particularmente las críticas a la administración educativa por algunas de las cuestiones que mencionas. Así que voy a comentar sólo un aspecto: que la LODE de Pilar del Castillo obligaba a comulgar con el constructivismo. Unas consideraciones al respecto:
1. El constructivismo no es, en principio, un -ismo cualquiera, una moda que algunos tratan de imponer «desde fuera» al profesorado. No es una opción más entre otras muchas a elegir, según le parezca al profesor. El constructivismo en la educación es la idea actual, desde hace muchas décadas, que impera en todo el mundo acerca del conocimiento sobre cómo se produce el aprendizaje y, en consecuencia, cómo organizar la enseñanza. Una idea firmemente apoyada en la investigación biológica, psicológica y educativa.
2. El profesorado, y yo soy profesor, no puede desarrollar su trabajo basándose sólo en sus intuiciones o su experiencia práctica. De acuerdo en que el aula nos enseña muchas cosas sobre nuestra profesión, pero hay aspectos en los que hemos de apoyarnos en los conocimientos que generan las ciencias que investigan sobre la educación. Y hay consenso mundial, con matices evidentemente, en considerar que el estudiante ha de construir activamente sus aprendizajes y que lo hará tratando de reconstruir sus ideas personales, interpretando e integrando de la mejor manera posible las nuevas informaciones en sus esquemas de comprensión y actuación disponibles. Puesto que este es el conocimiento actualmente válido sobre cómo adquirimos conocimientos adecuados para comprender y actuar con fundamento en nuestra profesión, los profesores no podemos ignorarlo ni minusvalorarlo. ¿Qué pensaríamos de un médico que tratara hoy día de curar un resfriado administrando antibióticos, sin tener en cuenta cómo y ante qué organismos actúan estos fármacos?
3. Por ello, el constructivismo didáctico está presente desde hace muchos años en las propuestas y currículos educativos de todos los países. En el nuestro desde la LOGSE, que hizo un gran esfuerzo de fundamentación actualizada del marco educativo español, aunque después fracasara rotundamente en su desarrollo. La LODE no hizo más que respetar, hasta cierto punto, el consenso existente.
4. Lo anterior no puede ocultar que el cambio de la enseñanza no se consigue por decretos de la administración. Y más cuando afectan al núcleo fundamental de la docencia: cómo enseñamos. Si el alumno ha de participar muy activamente en la construcción de sus conocimientos, es obvio que ello tiene consecuencias importantes en el aula: los tipos de actividades y tareas necesarias, la comunicación entre los alumnos en el desarrollo de las tareas, el papel de los conocimientos iniciales del alumnado, el para qué de lo que se aprende, etc. Si no se realiza un gran y prolongado esfuerzo de formación del profesorado para el cambio progresivo de la docencia, las condiciones laborales, la formación inicial, los recursos disponibles, el asesoramiento y apoyo didáctico, etc., poco se puede esperar de los cambios curriculares para la mejora de la educación y la formación de los niños y ciudadanos.
5. La radical separación entre los centros escolares y los universitarios, con departamentos de investigación psicopedagógica y didáctica en los que sólo raramente se integran o colaboran profesores de escuela o institutos, hace que se haya establecido una relación de profunda desconfianza y rechazo entre ambos colectivos. De esta forma, muchos profesores escolares viven como una intromisión rechazable las propuestas de cambio de la enseñanza o las iniciativas de investigación en sus aulas que se hacen desde la universidad. Y muchos investigadores universitarios se lamentan de la escasa incidencia que tienen sus propuestas en las aulas, elaboradas muchas veces sin conocimiento real de las dificultades que ha de afrontar a diario el profesorado.
6. Por último, señalar que así se explica el escaso eco que suelen tener las propuestas de la administración, que se ven como muy teóricas, fruto de modas pasajeras e ignorantes de las necesidades de apoyo material, de formación del profesorado y de cambios organizativos de la profesión docente. No es raro que el constructivismo, pues, se haya visto como un nuevo intento de imposición de «los teóricos» y la administración educativa al profesorado «de a pié»
Gracias por leer esas palabras y gracias por participar. Estoy bastante de acuerdo contigo en casi todas las cosas que dices, aunque tu respuesta se centra en el comentario que hago sobre el constructivismo y la ley de Pilar del Castillo, a pesar de que dejé bien claro que,en ese caso, hablaba de oídas, debido a que fue una ley que no tuve que leerla porque no llegó a hacerse efectiva. Si lo escribí así es porque era uno de los temas que por entonces yo trataba con mis colegas. Tú explicas bien las razones por las que las teorías metodológicas no han calado en nuestra profesión, lo que sí puedo decirte es que existe un rechazo en ocasiones radical contra ellas (no me refiero al constructivismo) que podría explicar, -no justificar- en otra ocasión. Permíteme finalmente apuntar que tampoco han calado en los lugares de donde emanan, porque tengo dos hijos universitarios y, entre sus profesores, no he visto ninguna innovación metodológica importante con lo que yo recuerdo de los años setenta. Es duro lo que digo y puedo estar equivocado porque, desde luego, sé que estoy generalizando.
PS: No me manejo bien en estas lides de los «Post Comment», pero la letra en la que hay que contestar es infamemente pequeña, así que no puedo releer lo escrito.