¿Vivan las cadenas?

Germán Jiménez. Miembro de la mesa de coordinación de EQUO Sevilla.

Imaginemos la escena: “Un tren llega en 1923 a la estación de El Cairo. Una mujer se baja de él y, ante el asombro de los transeúntes, se arranca el velo que cubría su cara. Después del silencio que sigue a lo inesperado, habría palabras duras, como las que hoy se dicen contra las mujeres que, olvidando el daño que pueden hacerle a sus genitales, se ponen al volante; habría con seguridad burlas como las que escuchan en Afganistán las niñas y las maestras que comenzaron a ir a la escuela con la protección de los cascos azules; pero hubo también –así lo cuentan- un tímido y asustadizo aplauso, como el que dieron algunos parlamentarios españoles ante las activistas del FEMEN. La rebelde Hoda Shaarawi fue la protagonista de la escena, porque estaba convencida de que el uso del niqab no había sido impuesto por el Corán ni por su profeta, sino por hombres que no quieren perder el poder conquistado tras siglos de injusticia contra la mujer. A pesar de esto, todavía encontramos personas (¿intelectuales?) que defienden el uso de esas prendas castrantes argumentando que son fruto de la cultura de un pueblo y de libertad de la propia mujer. ¡Vivan las cadenas!

Instalados en nuestro mundo occidental, hormonado de felicidad espuria y de consumo, tendemos a pensar que la discriminación contra la mujer es solo un problema de salarios, de techos de cristal y, en el peor de los casos, de asesinatos individuales agotadoramente repetidos un año tras otro. No pensarán lo mismo las maestras y alumnas afganas cuando los intereses de EEUU se olviden de ese trozo de planeta y el país caiga bajo el poder de los talibanes. El tema del techo de cristal, aun siendo importante, importará un bledo a las novias-niñas forzadas a tener relaciones sexuales con un marido-viejo, a las mujeres que lleguen a nuestro país en busca de un trabajo y se encuentran con un camastro para ejercerlo, o a las jóvenes que, aun viviendo en Europa, se someten a la ablación por “convicción y cuestiones culturales”. Tengo la seguridad de que los porcentajes y las listas cremalleras no harán perder los sueños a las jóvenes de Ciudad Juárez. Pero entonces… ¿podemos hacer algo?

Hace un año escribía en este mismo sitio que era un problema cuya solución afectaba directamente a nuestro sistema educativo y a nuestra cultura, y que habría que actuar desde esos estamentos. Hoy, no desdiciéndome de lo anterior, afirmo que es también un problema político y que hay que tratarlo desde la política.

Estamos a las puertas de unas elecciones europeas e, indudablemente, el peso representativo de las instituciones políticas de Europa es mayor que el de nuestro país. Los partidos políticos que, como EQUO, hayan demostrado no solo con su discurso sino sobre todo con su práctica (co-portavocías y cargos paritarios, listas cremallera…) su apuesta por la igualdad entre hombres y mujeres deben pelear sin vacilaciones por la vida y la dignidad de las mujeres en el mundo, y salir -de la misma manera que se hace con los asuntos medioambientales-, del marco estrictamente nacional.

Hay que lograr que las instituciones europeas, con el aliento del Partido Verde Europeo, presionen con todas las armas políticas posibles a los gobiernos en cuyos países se producen sangrantes casos de femicidio, a los gobiernos que hacen de las mujeres, violentándolas o ninguneándolas al albedrío machista, objetos de trabajo o de placer.

Luchar por la igualdad de la mujer en Europa y por la vida y la dignidad de las mujeres en Europa y en el Planeta no son dos caminos diferentes, es el mismo y el único posible: es la lucha por un planeta y por un mundo sostenible.

Los contenidos que publica esta página son opiniones personales y no reflejan la posición oficial de EQUO Sevilla en ningún tema tratado.

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