Durante los últimos meses han sido innumerables las ocasiones en las que miembros y medios afines al PP han repetido hasta la saciedad que “no somos Grecia”. Efectivamente, no somos Grecia; a diferencia del país heleno, nosotros hemos ganado dos Eurocopas y Grecia solo una.
Quizás el SMS de Rajoy a De Guindos con el ya famoso “España no es Uganda” era una premonición sobre el sitio que la UE y la señora Merkel tienen reservado a España en un futuro no muy lejano, la Uganda europea. España va camino de convertirse en el prototipo de país africano, habitado por gente desesperada sin esperanza en el futuro, con una colosal deuda externa -en forma de rescate financiero- y con un potencial de recursos que no son empleados para su beneficio propio sino para la especulación de un puñado de multinacionales, eso sí, en nuestro caso que se autoproclaman españolas pero cuyas finanzas y beneficios residen en paraísos fiscales muy alejados de su patria virtual. Menos mal que ahora les viene la amnistía. Pobrecitas.
Un buen ejemplo de la prostitución de nuestros recursos (al servicio del interés de multinacionales y de Alemania) fue la moratoria para subvenciones a energías renovables que nuestro Gobierno aprobó como una de las primeras lúcidas medidas de recorte, quizás dentro de un primer paquete de concesiones al préstamo que vendría meses después. De esa manera, el camino para que Alemania se convierta en líder del sector quedó totalmente despejado. Recordemos que Alemania aspira a cerrar todas sus centrales nucleares para 2020, llegando unos años después a la autosuficiencia energética en base a energías renovables. Las energías renovables dan empleo a 380000 personas en Alemania y el 51% de dichas energías son propiedad de los ciudadanos (más de 25000MW). Eso se llama políticas de empleo.
Otra frase que retumba en nuestros oídos últimamente es la de “no había más remedio”. Posiblemente la gravedad de la situación requiera indudablemente de medidas severas, impopulares y necesarias. Pero la ciudadanía no termina de entender dos cuestiones, ¿por qué todas esas medidas van en contra de la clase trabajadora? y ¿por qué dichas medidas no van acompañadas de políticas de estímulo del empleo?
Hoy nos suben el IVA, reducen las prestaciones por desempleo, eliminan la paga extra de Navidad a los funcionarios y empleados públicos, eliminan bonificaciones para la contratación… Todas las medidas de este último paquete de reformas implican un incremento irremediable de las tasas de desempleo en España. Más IVA implica menos consumo; menos prestaciones implican menos consumo, menos poder adquisitivo en el colectivo de los 3 millones de funcionarios y empleados públicos de España implica menos consumo (además en Navidad, periodo que supone el salvavidas de miles de pequeñas empresas españolas), menos bonificaciones implican menos contrataciones y por tanto, menos consumo. Y menos consumo implica menos puestos de trabajo. ¿Tan difícil de entender es, señor Rajoy?
¿Qué prevé este Gobierno suicida que le espera a los españoles, sin políticas de creación de empleo de ninguna clase? ¿O es que este Gobierno se limita a actuar según las imposiciones de Europa sin pensar qué futuro nos depararán las mismas? Porque no me dirán ustedes que la ya clásica frase “hemos hecho lo que teníamos que hacer” encierra algún significado más allá de la insultante demagogia en la que se ha instalado el señor Presidente y su séquito de ministros y ministras indolentes.
El Gobierno del Partido Popular está dando muestras evidentes de que carece en absoluto de un plan de choque efectivo contra la crisis. Los españoles y las españolas no queremos un futuro incierto, en el que aparte de nuestras inmorales hipotecas, tengamos que asumir una hipoteca aún más indecente derivada de la gestión sinvergüenza y delictiva (presuntamente) de un puñado de gerifaltes de la banca que no serán encarcelados, ni siquiera investigados por un sistema político corrupto. No en balde, hace años que se instalaron unas puertas giratorias entre clase política y banca que ahora están dando sus frutos, unos frutos muy dulces para los malvados y muy amargos para el pueblo, engañado una vez más por falsas promesas electorales de ellos, políticos o banqueros, que en definitiva son los mismos.