En una entrada anterior se quiso contar algo sobre lo que ocurre con los residuos antes de que lo sean. En estas líneas se pretende ahora arrojar un poco de luz en la otra parte de la cadena, esto es, desde que se esconden en el cubo de la basura en adelante, transitando por caminos cuya pista no es fácil de seguir. Porque podría adelantarse que en la mayoría de ocasiones, la realidad que nos encontramos es que los residuos acaban pasando de un escondite a otro.
Esconder lo que sobra siempre ha formado parte de la estrategia del que, como la hormiga de la fábula, pensaba que era conveniente almacenar algo para utilizarlo más adelante. Pero mala cosa es cuando después de todo el trabajo de recogida, y con la sensación de impotencia de no saber muy bien qué hacer con ello, lo perdemos de vista para dejarlo abandonado sin provecho.
Según la última memoria de la empresa municipal de recogida de residuos, Sadeco, correspondiente al año 2011, en la localidad de Córdoba fueron tres los principales destinos de las más de 250.000 toneladas de residuos recogidas: el 70% fue a parar a los vertederos, el 18% se utilizó para la producción de compost, y el 12% fue reciclado.
Vistos los datos por tipo de contenedor podría decirse de forma aproximada que lo recogido en los contenedores verdes y azules, para el vidrio y el papel respectivamente, se recicla prácticamente todo, previa retirada del rechazo. Las cifras bajan en el resto de partidas, que son precisamente las que constituyen la mayor parte de los residuos: tan sólo se composta una tercera parte de lo recogido en los contenedores grises, destinados a materia orgánica, y apenas llega al 15 % la parte de lo recogido en los contenedores amarillos –para envases e inertes– que acaba reciclándose.
Entonces… ¿nos engaña la empresa municipal cuando nos hace separar la basura? ¿Es culpa de la ciudadanía que no es capaz de separarla correctamente? Pues está claro que no es ni es una cosa ni otra. Y una vez más tenemos que acabar poniendo nuestra mirada en una economía basada en el uso intensivo de recursos, esa que no tiene una cabeza visible pero de la que todos acabamos formando parte de una forma u otra.
En este sentido, las causas de una baja tasa de recuperación serían, entre otras, el uso de materiales difícilmente reciclables, la falta de inversión en la gestión de residuos, la existencia de una legislación medioambiental laxa, la continua extracción de materias primas a bajo coste económico, la obtención de una baja pureza en el residuo recuperado respecto al material de interés, la baja demanda en el mercado de reciclado de materiales, o la oferta no suficiente de material recuperado para cubrir la fabricación de nuevos productos.
La separación de basuras no será probablemente el método ideal ni el único para atacar el problema de la acumulación de residuos, pero no por ello habría que dejar de hacerlo. Y aquí es de resaltar que no todo vale. Ni para esconder residuos, ni para aprovecharlos. Uno de los métodos más controvertidos es la incineración. Industrias intensivas en energía, como el caso de algunas empresas cementeras, valorizan energéticamente residuos sólidos urbanos empleándolos como combustible para sus procesos de fabricación, al tiempo que los que se encargan de la gestión de los residuos alivian un poco de espacio en los vertederos.
Pero el empleo de residuos de diverso origen, biodegradables y no biodegradables, exige un control exhaustivo de las emisiones que generan en su combustión, pues en este tipo de procesos son liberadas sustancias nocivas para la salud humana y ambiental, como las ya conocidas dioxinas y furanos, entre otras. Si la pregunta es si es o no es bueno incinerar residuos, pues rotundamente no lo será cuando no se tengan las condiciones adecuadas para el proceso, ni se asegure un control continuo de la gestión de los residuos utilizados ni de las emisiones generadas. Y viendo algunas campañas de comunicación de las empresas que incineran, uno se da cuenta de la opacidad de muchas de las informaciones que éstas ofrecen.
En una tierra finita, es lógico pensar que todo tiene que formar un equilibrio, y que toda cadena ha de formar parte de un círculo, de forma que lo que termina sea parte de lo que surge nuevo. Pero lo cierto es que cuando se habla de residuos esto no está ocurriendo casi nunca. La mayor parte, más que formar una trayectoria circular, acaba realizando la trayectoria del símbolo del dólar, y tras un par de virajes pasan de arriba hacia abajo. A veces se trata de un viaje de ida sin vuelta, del norte limpio hacia el sur sucio del planeta. Otras veces, simplemente todo termina en un salto hacía el vacío, donde no existe preocupación por las consecuencias ambientales ni una gestión considerada de los recursos comunes.
Pablo Caballero, simpatizante de EQUO