La vida en “funciones”

Ya han pasado más de cien días desde que se celebraron las pasadas elecciones y nuestro gobierno sigue en “funciones”. Para entendernos, limitándose a lubricar los engranajes para que la maquinaria no se detenga, aunque éste avance sin rumbo se dirija a ninguna parte. Pero el mayor problema no es comprobar cómo se va deshojando de forma estéril el calendario político, sino percibir cómo sus actores, principales y secundarios, parecen haber dejado también sus respectivas responsabilidades en “funciones”, para centrarse con denodado esfuerzo en las luchas estratégicas que les aseguren el más lustroso de los puestos, donde sus respectivos egos puedan expandirse como un buen suflé, y desahogar la irrefrenable lívido que les provoca sus fantasías tras sucumbir a la erótica del poder.

No, señores diputados, no les pagamos para que conviertan las Cortes en un “Gran Hermano de la Política”, televisado y radiado por éste circo mediático que parece frotarse las manos con el espectáculo que nos ofrecen cada día, donde lo único relevante es quién va siendo nominado para abandonar y quién se va encumbrando hasta ganar esta especie de “concurso al gobierno de la nación”, sin molestarse en disimular la arrogancia de confundir sus intereses y anhelos personales con los de la audiencia.

Por desgracia, la miseria, que cada vez afecta a más ciudadanos, la pobreza infantil, los desahucios, el paro o los salarios tercermundistas, por poner algunos ejemplos, no se declaran en funciones; sino que, al contrario, se recrudecen ante la ausencia de medidas encaminadas a corregir dichas lacras sociales. Y en estas circunstancias podríamos calificar de cruenta frivolidad todos estos ejercicios de personalismo, con sus interminables sesiones de postureo frente al espejito mágico mediático, con la esperanza de que le confirme que su candidatura es la más bella.

Sin embargo, ésta laxa inactividad política no sólo parece afectar a nuestro país. Es lamentable comprobar cómo la propia Comunidad Europea, salvo en lo que respecta al mercadeo, se ha declarado, de hecho, en “funciones”. Hace ya bastante tiempo que va dando síntomas de abandonar toda la carga ideológica con la que pretendió constituirse, en aras de alcanzar los mínimos valores humanos a los que cualquier sociedad sana debe aspirar. Así no es de extrañar que el grado de “empatía” de nuestros gobernantes europeos esté en “funciones”, cuando prefieren rescatar al abstracto sistema financiero que a las nominales personas que sufren los efectos de sus abusos. O que la propia “vergüenza” la declaren en “funciones”, cuando abordan el problema de los refugiados; condenándolos a empotrarse contra sus, cada vez más, infranqueables fronteras, tras haberse jugado la vida y la de sus hijos por escapar de una probable o segura muerte.

Tal vez el problema de la vieja Europa sea precisamente ese, que cada vez es más vieja; y va perdiendo la vista, el oído y la memoria. Por eso actúa como si no viese los cadáveres encallados en las playas, ni oyese los gritos de desesperación de los que se hacinan en insalubres campos acotados por vallas metálicas, ni recordase las últimas guerras sufridas en nuestro propio territorio europeo y del que millones de sus ciudadanos también tuvieron que refugiarse en otros países, donde fueron acogidos sin ser sometidos a semejantes vejaciones. Sin embargo, para el sonrojo de muchos, esta vieja Europa no para de hablar: .bla, bla, bla… Es la única facultad que parece conservar intacta. Y mientras habla, su boca va triturando el significado de las palabras en una homogénea, hipócrita y hasta cínica papilla intragable, que hasta al más recio de los estómagos le provoca deseos de vomitar.

Sí, todo parece estar contagiado con esta atmósfera. Hasta mi ordenador, en el que escribo éste artículo, me muestra un mensaje en el que me pide que abrevie, porque también él se ha declarado en “funciones”.

José Moral. Simpatizante de EQUO

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