La Rosa de Jericó

   En el pasado mes de Febrero, a un mes vista de las elecciones al parlamento Andaluz, asistí como observador a la asamblea que el partido político EQUO celebró en Granada, para consensuar las propuestas alternativas con las que concurrir a dicha cita electoral. La clara visión de futuro, la honestidad de los intereses defendidos, el nivel de implicación y compromiso, así como el modelo elegido, participativo y verdaderamente democrático, para poner en práctica dichas propuestas, me produjo la sensación de una bocanada de aire fresco, en medio de este viciado aire político que respiramos. Y fue ante tal estímulo, cuando me hice una pregunta: ¿por qué no dar un vuelco a todas las predicciones, votando masivamente a otras formas de entender la política y la sociedad, como la que ellos representan?

 La triste respuesta, aunque previsible, está hoy sobre la mesa. Seguimos votando a los mismos que nos ahogan en el mismo sistema, practicando la misma política. Y lo más triste, mayoritariamente, volvemos a lamentarnos tras padecer sus consecuencias. Por eso, ahora, la pregunta es otra: ¿por qué, si estamos tan cansados de sufrir una decepción tras otra, seguimos dándoles el poder a los que tanto criticamos?

 Hay varias respuestas posibles: la desidia, la mal entendida defensa de los propios intereses, el miedo a un verdadero cambio… o tal vez sea que, a estas alturas, ya no nos creemos que haya gente lo suficientemente honesta, capacitada y firme en sus convicciones como para dar un giro radical a este modelo de sociedad, con vocación suicida, a la que nos están llevando. Si fuera este el caso, quiero elevar mi voz para proclamar que NO, que no es cierto que todo lo que rodea a la política es igual, ni que  toda la gente que participa en ella adolece de los mismos males.

El pasado diecinueve de mayo, de nuevo como observador, he vuelto a asistir a una asamblea de EQUO Córdoba, preparativa del próximo congreso que, a nivel estatal, celebraran en Madrid. Tenía curiosidad por saber si, después de tanto trabajo y tras el minoritario apoyo electoral que habían obtenido, aunque fuese el esperado para una formación que se presentaba por primera vez, empezaban a desmoronarse o intentaban cambiar de estrategia para conseguir más votos, aunque fuese a costa de cambiar el discurso.

Y no, ciertamente, NO. Para mi satisfacción, he podido comprobar que hay gente que, a pesar de tantos obstáculos, siguen firmes en su idea de avanzar en la creación de otro modelo de sociedad, sin renunciar a ninguna de las convicciones por las que luchan. , hay otra forma de hacer política. , otro modelo social es posible. Y , hay gente que no está dispuesta a ponerle precio a aquello en lo que cree, porque realmente creen que no tiene precio. El problema, tal vez, es de los demás, de los que no acaban de creérselo, de los que no se atreven a apostar por ello.

 Hace ya varios años que una sobrina me regaló una rosa de jerico, con su milagrosa particularidad. Es una planta que, en el desierto, es capaz de permanecer un sin fin de tiempo en estado latente, sin una gota de agua, totalmente seca y cerrada sobre si misma, a la espera de que la anhelada lluvia le haga renacer. Entonces, se abre majestuosa, como un canto a vida, dispuesta a expandirse.

La rosa de Jericó

La visión equitativa, solidaria, respetuosa con una naturaleza en la que tendrán que vivir nuestros hijos, y, en definitiva, todos los auténticos valores que ahora, denostados, sólo son objeto de mercadeo,  y por los que luchan algunas  personas, como las que aquí cito, son como esas rosas de jerico que, en mitad de este desierto, de esta sociedad desecada por los vampiros de la codicia, se resisten a perecer bajo sus tormentas de arena, dispuestos a expandirse a poco que, las nubes de una nueva conciencia social, aporten las gotas de agua necesarias para desplegar toda la fuerza vital, regeneradora, que llevan dentro.

Ya conocemos el desierto, y sabemos que los pocos oasis, que aún quedan, siempre estarán en manos de los mismos; los que nos empujan a convertirnos en Tuareg de nuestra propia supervivencia. Pero esas largas caravanas, que somos nosotros, la gran mayoría que no goza de los exclusivos oasis, y que vamos deambulando perdidos entre las dunas, tiene la última palabra. De nosotros depende convertirnos en un grano de arena más, que hace aumentar el desierto, o en gota de agua que ayude a convertirlo en un vergel, regando las rosas de jerico que nos vayamos encontrando, o las que, creo, casi todos llevamos dentro.

Para los que ya conocen esa planta, sabrán que su verdadera bellaza consiste en su resistencia, en no doblegarse ante el ambiente más hostil, en conservar, como motor de vida, su inquebrantable esperanza de desplegarse, y expandirse, en otro hábitat más amable… más humano.

Ahora, si me disculpan, creo que debo regar la mía.      

 Jose Moral

Simpatizante de EQUO

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