En Vendiendo prosperidad, Paul Krugman (Premio Nobel de Economía en 2008) se pregunta cómo es posible que dos políticos (se refiere a Reagan y Thatcher) cuyos programas, ya de entrada, favorecían solo a los ricos, fueran elegidos por mayoría.
De la misma manera podemos hacer extensiva la pregunta a lo que está pasando en Europa, donde partidos de derecha, con una ideología neoliberal, causante de la desastrosa situación económica y social en la que nos encontramos, aplicando políticas de escandalosa protección fiscal a los ricos y drásticos recortes sociales a los pobres, sigan contando con el apoyo mayoritario de los ciudadanos, incluidos los directamente perjudicados por dichas políticas.
Casos paradigmáticos de este comportamiento “ilógico” del electorado lo tenemos en las recientes elecciones italianas donde Berlusconi, imputado por prostitución de menores, abuso de poder y corrupción, entre otras muchas causas, ha estado a punto de alcanzar la mayoría. O en Grecia donde el partido Nueva Democracia, que ha llevado al país al desastre en que se encuentra y envuelto en casos de corrupción vuelve a ganar las elecciones.
Para muchos la explicación está en la simplicidad de la fórmula neoliberal que hace del Estado el enemigo y pone al Mercado como la solución a los problemas, junto al enmascaramiento que la posibilidad de endeudarse ha hecho del empobrecimiento del mundo del trabajo, a lo que se añade el estado de impotencia y confusión en que se encuentran las fuerzas progresistas para ofrecer una alternativa convincente. La economista Loretta Napoleoni, en su excelente libro Maonomics, nos dice que la posibilidad de endeudarse camufló temporalmente los problemas económicos de Occidente, ésto junto a la venta del patrimonio del Estado y los acontecimientos de la caída del muro de Berlín dieron un balón de oxígeno al agonizante sistema capitalista.
Aunque estas explicaciones sean correctas, a mi entender se quedan cortas, pues nos hablan del entorno, o sea las circunstancias, y como decíamos en un artículo anterior, volviendo a la máxima orteguiana “yo soy yo y mis circunstancias” hemos de tener en cuenta el “yo” y para ello necesitamos hurgar en los mecanismos que intervienen en nuestro cerebro en la toma de decisiones, para lo cual podemos apoyarnos en algunos interesantes experimentos realizados al respecto.
Un dato que ponen de manifiesto los estudios científicos es la persistente “lealtad partidista” y lo poco que influyen los acontecimientos históricos a la hora de votar a los candidatos, la afinidad es más poderosa que los hechos que se producen.
Drew Western, psicólogo de la Universidad de Emory, obtuvo neuroimágenes de votantes corrientes con fuertes afinidades partidistas durante el periodo previo a las elecciones norteamericanas del 2004. Les mostró declaraciones claramente contradictorias de los candidatos republicano y demócrata, y tras la exposición a las incoherencias políticas por parte de ambos candidatos se les pedía que puntuasen del 1 al 4 el nivel de contradicción que apreciaban. Tal como se esperaba, las reacciones de los votantes estaban en consonancia con su filiación política, de manera que a los demócratas les parecían altamente incoherentes las declaraciones de Bush, y en consecuencia las puntuaban con un 4 y en cambio les parecían menos preocupantes las de John Kerry. A los republicanos les ocurría exactamente lo mismo, perdonaban las meteduras de pata de Bush, pero les resultaban escandalosamente incongruentes las afirmaciones de Kerry.
Pero ¿qué observó Western en el cerebro de estas personas mediante la Resonancia Magnética, técnica utilizada para estudiar la actividad cerebral? Tras haber sido expuesto a las incongruencias del candidato, el incondicional al partido (fuera el que fuese éste) recurría a regiones cerebrales, como la corteza prefrontal, encargadas de controlar reacciones emocionales a través de la razón.
Y ¿qué hacia la corteza prefrontal? Western se dio cuenta que los sujetos no estaban utilizando sus facultades de razonamiento para analizar los hechos, sino que se valían de la razón para preservar sus preferencias partidarias, de manera que ponían en marcha su capacidad de razonar hasta que los individuos conseguían interpretaciones favorables de los datos, y excusaban alegremente las contradicciones de su candidato, y en ese instante se activaban los circuitos cerebrales de recompensa, experimentando una ráfaga de emoción placentera. En otras palabras, mediante el autoengaño, a través de la racionalización, conseguían sentirse bien, reforzando su fidelidad al partido.
“En lo esencial, dice Western, es como si los seguidores de un partido hicieran girar el caleidoscopio cognitivo hasta llegar a las conclusiones buscadas, y con la eliminación de los estados emocionales negativos y la activación de los positivos se sienten reforzadísimos”. Este proceso defectuoso de pensamiento desempeña un papel clave en la formación de opiniones del electorado. Los votantes partidistas están convencidos de ser racionales, los irracionales son los contrarios, pero en realidad todos somos racionalizadores. El vínculo es emocional y lo reforzamos mediante la racionalización.
En otro estudio realizado por Larry Bartels, éste llegó a la conclusión de que saber más de política no elimina la parcialidad partidista, ya que los votantes tienden a asimilar sólo los hechos que confirman aquello en lo que ya creen. Si una información no se ajusta a los temas del debate, se pasa oportunamente por alto. Según Bartels: “Los votantes creen que están pensando, pero lo que están haciendo realmente es inventar o ignorar hechos para poder racionalizar y consecuentemente explicarse a ellos mismos y a los demás, decisiones que ya han tomado”.
En cuanto uno se identifica con un partido político, moldea el mundo para que se adapte a su ideología. La corteza prefrontal se convierte en un filtro de información, un sistema para impedir la entrada de puntos de vista inconvenientes. Todos acallamos la disonancia cognitiva mediante la ignorancia autoimpuesta. En España tenemos el caso Gürtel en el que políticos del Partido Popular implicados en el mismo son reelegidos por los ciudadanos o los ERE de Andalucía y la implicación del Partido Socialista.
En 1984, un psicólogo de la Universidad de California llamado Philip Tetlock inició una serie de estudios para averiguar el grado de fiabilidad o certeza que tenían los analistas políticos en sus predicciones. Los resultados fueron demoledores: “Todos se equivocaron”. Siguió las predicciones de 284 analistas que se ganaban la vida haciéndolas sobre los acontecimientos políticos futuros, similares a los tertulianos “expertos” que inundan nuestras televisiones en la actualidad, y de 82.361 predicciones diferentes con que contaba al final del estudio, los expertos seleccionaron la respuesta correcta en menos del 33% de las veces. En conclusión, cualquier método que hubiese elegido la respuesta al azar, como una paloma picoteando sobre las respuestas posibles, habría obtenido mejores resultados.
Tetlock observó que los expertos mas famosos incluidos en su estudio eran los que más se equivocaban, llegando a la conclusión de que el prestigio era un impedimento. Las causas de estos malos resultados en las predicciones, según Tetlock, era el error de “certeza”, que inducía a los “peritos” a imponer erróneamente una solución de arriba abajo en sus procesos de toma de decisiones. Tergiversaban los veredictos de su cerebro emocional, y hacían una cuidadosa selección de los sentimientos a los que querían atenerse. En vez de confiar en sus reacciones instintivas encontraban el modo de no tener en cuenta las ideas que contradecían su ideología.
Los expertos fiables son aquellos que están dispuestos a exponer sus opiniones en “un formato verificable” para poder “controlar continuamente su actuación pronosticadora”, todo lo contrario de lo que observamos diariamente por parte de nuestros gobernantes y asesores que nos pronostican, sin aclarar en base a qué, el aumento del crecimiento para no se sabe bien qué trimestre de que año, la reducción del déficit, la deuda o el desempleo, actuando como auténticos farsantes.
Si aplicamos estas ideas a nuestra actualidad política comprobamos cómo a pesar de que los hechos muestran de manera irrefutable el error de las políticas económicas de nuestro gobierno, aumento del desempleo y de la deuda a pesar de los drásticos recortes que se les está aplicando a la población, nuestros gobernantes siguen empecinados de que están haciendo lo correcto, pues responde a las pautas que su sistema de “creencias” económico prescribe y que se ve reforzado por el apoyo de los dirigentes europeos que participan de las mismas creencias. No importa que los hechos muestren una tras otra lo equivocados que están, pues se aferran su sistema de creencias y las soluciones de arriba abajo que les garantiza la “certeza” en sus políticas.
No encuentro mejor manera de terminar este artículo que con las palabras del gran activista e historiador americano Howard Zinn, fallecido en 2010:
Ahí está nuestra esperanza, en los ciudadanos a través de los movimientos sociales luchando por una sociedad justa, solidaria y democrática.
Antonio Pintor, miembro de EQUO
2 ideas sobre “El cerebro y las decisiones políticas”
En las primeras frases de Zinn hay un error la primera «obediencia» debe decir «desobediencia». Saludos
Corregido, ¡gracias!