Tratar el tema de los derechos animales es un tema que ha sido calificado recientemente por el premio Cervantes, Caballero Bonald —que además es de gustos taurinos—, como resbaladizo. Aunque no niega que hay sufrimiento y daño en el animal, sentencia que éste es inevitable. Así suelen expresarse las personas que viven ancladas en la ética de tiempos pretéritos, donde se ha llegado a manifestar que los animales son objetos sin consideración moral, puros autómatas que ni sienten ni padecen y que están simple y llanamente destinados al libre arbitrio del ser supremo de la creación: el hombre.
El ser humano ha estado ligado siempre al resto de la biodiversidad animal y su destino. Pobres de nosotros sin la ayuda y el servicio que nos han prestado y nos prestan. Hemos usado a los animales como alimento, vestimenta, fuerza de trabajo, ocio, experimentación e investigación, etc. Va siendo hora de devolverles el favor, ya que nuestra tecnología y avance como especie permite sustituir ciertos usos por otros más respetuosos con los demás seres sintientes. Y digo sintientes y no vivos porque desde hace ya bastante tiempo a los animales se les considera capaces de sentir emociones, y en algunos de ellos, se ha demostrado que poseen conciencia y autoconciencia, algo que siempre se había considerado una característica exclusiva del hombre.
Todas las culturas conocidas tienen en común el que penalizan socialmente los actos de crueldad y todas las religiones pregonan la compasión por los animales. Sin embargo en todas las culturas se producen rituales o prácticas que implican una extrema crueldad. Aquellos animales que nos procuran placer, comodidad o compañía son mejor tratados que el ganado. Dentro del ganado se tiene más consideración a los mamíferos que a las aves, que las vemos más alejadas de nosotros.
El propósito de la ética y de los juicios morales es guiar la acción. Peter Singer, filósofo de corriente utilitarista, dice que lo que define a una conducta como ética es la necesidad ineludible de ser justificada. La base de la conducta moral se fundamenta en el interés general. El razonamiento ético ha de basarse en los principios morales, aunque este razonamiento puede partir de diferentes enfoques a lo que se considera el “interés general”. Los principios morales en relación con los animales están basados en el agente de la acción, es decir, solamente los seres humanos son agentes morales y sujetos a consideración moral. No tenemos ninguna obligación moral para con los animales en sí.
Los fundamentos teóricos de este pensamiento están fundamentados en la moral judeo-cristiana en la cultura occidental, las corrientes filosófico-éticas dominantes en dicha cultura y en el pensamiento científico. En la fuente religiosa tenemos la concepción finalista, teleológica de la naturaleza, que proclama al hombre como fin último de la misma y que los animales son un mero instrumento o medio puesto por dios al servicio del hombre.
La fuente filosófica bebe del dualismo cartesiano en el que el alma y el cuerpo constituyen realidades completamente independientes; solo los seres humanos poseen alma, el resto de la naturaleza es materia inanimada, sin alma. También de la ética Kantiana, la cual determina que los animales son seres sensibles, pero carecen de verdaderos sentimientos; solo el hombre , como ser consciente y racional, es un fin en sí mismo y , por tanto, no tenemos ningún deber para con los animales que son incapaces de juzgar nuestras acciones. Para la ética contractualista la moral es un tipo de acuerdo entre iguales para preservar los intereses mutuos y esto no puede aplicarse a los animales.
Por último, el pensamiento científico parte de la corriente científica predarwiniana que asume la discontinuidad entre especies y el dualismo cartesiano; más tarde el conductismo y behaviorismo y la actual parte de la Etología Cognitiva. En resumen, no incluyen la consideración moral de los animales pero defiende la necesidad de protegerlos, para que sirvan mejor a nuestros intereses y porque son un bien común que hay que preservar para las futuras generaciones.
¿De dónde vienen, entonces, las dudas morales?. La crueldad es un mal en sí mismo. Nuestras dudas morales sobre los animales son, en realidad, dudas sobre nosotros mismos. Como ejemplo dos citas, una de Enmanuel Kant “el que no ejercita su compasión para con los animales, posee también un corazón endurecido para con sus semejantes”, y otra, de Mathama Gandhi “ la grandeza de una nación y su progreso moral puede medirse por el trato que reciben sus animales”. En este sentido, los españoles quedamos en muy mal lugar y estas frases nos dejan pensativos y nos hacen sentir , al menos, vergüenza de nosotros mismos.
Pero existen principios éticos no basados en el agente de la acción. Diferencian entre agente moral y sujeto de consideración moral, de tal forma que los animales pueden ser también tenidos en cuenta como sujetos de consideración moral. La ética utilitarista se basa en que la capacidad de sufrir (o sentir placer) es la base sobre la que asientan nuestros principios morales. La moral limita nuestros intereses al respeto de los intereses de los demás, obligándonos a no causar daño o sufrimiento. El primer filósofo en defender esto fue Jeremy Bentham en el siglo XVIII que llegó a decir “ la cuestión relevante en el tema de la moral con relación a los animales no es cuán inteligentes son, sino ¿pueden sufrir?”. La aplicación del utilitarismo ético a los animales es obvia; deberíamos considerar a todos los seres capaces de sufrir como dignos de consideración moral; algunos animales pueden sufrir de un modo similar a como lo hacemos los seres humanos. El deber moral de no infringir sufrimiento se ha de aplicar por igual a todos los seres vivos capaces de sufrir, basándose únicamente en esta capacidad, y no a criterios de pertenencia a un grupo étnico, sexo o especie.
Existen otras corrientes filosóficas , unas abogan porque nuestras teorías morales deberían basarse en la defensa de las “virtudes”: la justicia, la solidaridad y la compasión. Otras, dicen que las teorías morales deberían basarse en las emociones morales: la ética del cuidado y la compasión.
Puntos a tener en cuenta en el debate son si los principios éticos deberían ser universales o si es defendible el bienestar animal en cualquier contexto económico y socio-cultural. El conflicto ético de intereses nos lleva a preguntarnos ¿qué especies o individuos han de ser tenidos en mayor consideración y por qué?, ¿qué tipo de sufrimiento animal deberíamos permitir y cuál no?, ¿hasta qué punto?, ¿bajo qué circunstancias?.
Diferentes puntos de vista en este conflicto de intereses son las posturas teleológicas o antropocentristas. La postura abolicionista (Regan, Johnson) que dan a todos los animales el mismo estatus social, incluido el hombre. Consideran el bienestar animal no como un problema sino como consecuencia de un error ético de partida: la idea de que podemos lesionar el interés de un solo individuo en aras de un interés colectivo. La postura ecologista que determina que la integridad de las especies y el mantenimiento de la biodiversidad como un bien que hay que preservar, teniendo a las especies por encima de los individuos, tomando a todas las especies con igual consideración, estando más protegidas las más amenazadas y rechazando la ingeniería genética. La postura utilitarista (Singer, Mosterin) solamente aplica el principio ético a aquellos seres vivos capaces de sufrir. La ética debe reflexionar sobre cómo resolver los conflictos de intereses y distinguir entre principios éticos y elecciones morales.
Criterios para resolver el conflicto de intereses han de basarse en la prioridad de establecer criterios objetivos de evaluación de la capacidad de sufrimiento. El principio ético de la igualdad no exige tratamiento igual o idéntico, sino igual consideración. Ésta, para seres diferentes, puede llevar a distintos tratamientos.
Es lícito basar la preferencia en otros criterios (cercanía, empatía, afectividad, parentesco, utilidad) siempre que esto no implique daño deliberado a otros individuos con idéntico estatus de sufrimiento (Ray Frey).
Rafael Alfonso Luna Murillo, veterinario, vicepresidente de AVAT, afiliado al partido EQUO.