La sordera de Europa

Los conflictos armados (¡cada vez más armados de barbarie!), las hambrunas, la miseria o la intolerancia de algunos regímenes políticos o religiosos: en definitiva, el miedo y la falta de algún atisbo de esperanza, están provocando en los últimos tiempos una masiva y forzada diáspora que, como mancha de aceite, parece extenderse y afectar cada vez a más países y zonas de este globo terráqueo que compartimos.

Cada vez son más los nudillos que se desangran golpeando las blindadas puertas de nuestra casa europea. Y ya no provienen en su mayor parte del Magreb o del África Subsahariana, sino de cualquier lugar de Oriente Medio, de Pakistán, Afganistán o incluso de algunos lugares de Indonesia o Asia. Ahora, este variopinto mar de inmigrantes o refugiados, parece encresparse por momentos y, por oleadas, se vacían y chocan contra los acantilados de nuestras fronteras. Fronteras que, poco a poco, se van convirtiendo en un gigantesco y anónimo cementerio donde los prematuros cadáveres se van hacinando en nichos superpuestos.

 Y una vez más, volvemos a convertir lo que es un problema cualitativo en cuantitativo, para asistir al bochornoso espectáculo de ver cómo, entre los distintos países europeos, se arrojan las cifras redondas de vidas desesperadas a admitir, como si buscasen la fórmula mágica que les permita hallar el mínimo común divisor de lo que en naturaleza es un problema HUMANO. Y al igual que en la cumbre de Kioto no se planteaba el verdadero problema de fondo, que no es otro que el cuestionarse el estilo de vida que está poniendo en riesgo el futuro de nuestro planeta, sino la cantidad de de basura y porquería que seguiremos vomitando a la atmósfera, en las cumbres que ahora se están celebrando para afrontar el problema de los refugiados se repite el mismo error. Y volvemos a las cifras: tantos para ti, tantos para mí; hasta aquí pueden pasar, de aquí para allá se quedan fuera. “No me hable de su desesperación, de su terror ni de su cruenta realidad; limítese a decirme su número para saber si entra o no en el cupo”. Y el que se queda fuera farfulla su impotencia incapaz de comprender que todo lo humano cabe en un número.

Creo que antes de decidir cuántos somos deberíamos plantearnos qué somos o qué pretendemos ser. De esta manera, tal vez siga siendo bastante complejo encontrar las mejores soluciones para todos; pero al menos tendríamos claro hacia donde pretendemos ir. Y si en último caso también nos equivocamos, al menos que nos quede el consuelo de haber sido por un comprensible ERROR HUMANO, y no por un ERROR DE CÁLCULO. En el primer supuesto, al menos, se enfocará el problema con la imprescindible empatía; mientras que para el segundo basta con una fría calculadora.

Precisamente, una de las particularidades que definen nuestro carácter humano es la capacidad de recordar. Extrayendo de la experiencia que nos van proporcionado dichos recuerdos la capacidad de aprendizaje y mejora. Y basándome en este hecho, es por lo que ahora apelo a nuestra memoria común, como conjunto de sociedades que configuramos la actual Europa, para traer a la memoria nuestra reciente historia. Porque ¿a caso no es cierto que hasta mediados del siglo pasado la India, incluida Pakistán, Oriente Medio, toda África e incluso muchos lugares de Asia fueron colonizados por los distintos países europeos? Lugares a los que fuimos imponiéndonos, esquilmando riquezas o incluso esclavizando. Cuando no originando conflictos (que en muchos casos aún perduran) o dejando gobiernos títeres para seguir especulando desde la distancia. Lugares de los que, precisamente ahora, proceden la mayoría de los que llaman a nuestras puertas, huyendo de los conflictos o la miseria que, en un gran número de casos, les dejamos como herencia. Sin embargo, no se trata de purgar nuestro sentido de culpa, sino de reconocerles a los demás ese sentido de justicia que, tan humanamente, nos otorgamos a nosotros mismos.

Uno puede darle la espalda al mar y taparse los oídos para, cuando está agitado, no escuchar el rugir de sus olas; pero lo que no podrá evitar es que lo arrastren cuando les caigan encima.

Están llamando a nuestras puertas y muchos parecen no escuchar nada. Mientras tanto, seguimos con la calculadora en la mano.

José Moral. Simpatizante de EQUO

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