El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1999, se celebra cada 25 de Noviembre.
No sabría decir desde cuándo exactamente, pero cada vez que oigo o escucho la palabra “Mujer” referida a una identidad colectiva me pregunto lo mismo ¿Qué mujer?
Está claro que las preguntas que nos hacemos hoy, poco tienen que ver con las que nos hacíamos hace 20 años y que nuestras reflexiones y cuestionamientos están sujetos a aquello que vamos aprendiendo.
Construyéndome y aprendiendo en Feminismo llevo toda la vida, incluso en aquellos momentos cuando era niña, y ni siquiera sabía que existía esta palabra ni su significado ya me estaba construyendo feminista porque ya percibía desigualdades que tenían que ver con el hecho de ser una niña y no un niño.
Ha sido, sin duda, en los últimos 5 años cuando mis indagaciones, lecturas, reflexiones compartidas en grupos de trabajo y la propia experiencia vital en un entorno cada vez más globalizado en cuanto al acceso a la información y al conocimiento de las vivencias de las mujeres en otros lugares distintos al que habito, me han llevado a sustituir el concepto “Mujer” (en singular) como sujeto político del Feminismo, por el concepto “Mujeres” (en plural).
Éste es uno de los cuestionamientos más apasionantes en las teorías y prácticas políticas feministas de las últimas décadas, y que en el contexto del Estado español podrían situarse a finales de la década de los ochenta o principios de los noventa, después de la consecución de grandes aunque insuficientes logros como la Ley del Divorcio de 1981 o la despenalización del aborto en 1983.
Estos avances legales y otras particularidades del contexto, resultan en un descenso de la movilización feminista, que unido a una nueva generación de feministas que viajan y al auge en la utilización de las redes sociales, nos lleva a cuestionar que ese sujeto político identitario y homogeneizador “Mujer” es suficiente como elemento aglutinador y movilizador de la acción política feminista. Mujeres jóvenes, lesbianas, precarias, inmigrantes, okupas, transexuales, trabajadoras sexuales…presentan situaciones y demandas distintas de las que presentaba ese sujeto monolítico de carácter universal sobre el que se articulaba la praxis feminista ilustrada de Simone de Beavoir.
Hoy, aquí y ahora, me quedo con “Mujeres” en un intento de no exclusión de ninguna de las distintas realidades sinérgicas que las diferencias de clase, etnia, orientación sexual, migración, discapacidades, etc. conforman en la(s) identidad(s) de las mujeres.
Por eso cuando por estas fechas todos los años me viene a la cabeza la pandemia global que sigue siendo la violencia contra las mujeres (la ONU afirma que hasta un 70% de las mujeres sufre violencia en su vida) me pregunto qué es, qué significa y contra qué mujeres se articula la “Violencia contra las mujeres”. Me paro, reflexiono, comento con otras mujeres, leo en revistas, diferentes webs y redes, acudo a la manifestación que se convoca en mi ciudad…
Pero este año he querido concretar un poco más, repensar en un ejercicio de toma de consciencia, dar un salto desde la teoría a la práctica, hablar específicamente de mi realidad y la de las mujeres que habitan los espacios que yo habito cotidianamente.
“Ya lo sabes… Me increpan y me gritan por la calle a menudo. Cuando contesto me lanzan insultos, me persiguen o caminan a mi paso. Me aterrorizan.” Así respondía V. de 19 años, una de las mujeres de mi familia, estudiante de Ingeniería, al preguntarle sobre la última vez que percibió violencia contra su persona por el hecho de ser mujer.
M., su amiga, no tardó un minuto en comentar también: “Me sucede cada vez que voy por la calle. Tengo que soportar comentarios de hombres acerca de mi físico, así como miradas de arriba abajo que me hacen sentir como un objeto más que como una persona. Se dirigen a mí haciendo comentarios como si me conocieran. Se conceden la libertad de hacerlo. Y yo creo que no tengo por qué recibir comentarios de alguien a quien no he visto en mi vida y no me conoce de nada”.
M. Licenciada en Ciencias Políticas de 34 años, también hablaba en la misma línea: “Yo percibo violencia constantemente. En el trabajo, mi jefe expresa de mil maneras su desconfianza por mi condición de mujer joven. Es un tipo de violencia verbal y cultural. En mi opinión existe un “laissez faire” en la sociedad acerca de comentarios y actitudes machistas. A eso le llamo violencia cultural. En la calle, el acoso verbal es diario.”
La violencia contra las mujeres va mucho más allá de las agresiones contra sus cuerpos o los malos tratos físicos. La violencia verbal que reciben las mujeres jóvenes en la calle u otros lugares donde desarrollan sus actividades, puede llegar a convertirse en una presión insoportable y supone la negación de un derecho de ciudadanía: el derecho al uso del espacio público, donde cualquier persona tiene derecho a estar en paz. Pero existen además, otras manifestaciones de violencia menos evidentes aún y que actúan en el nivel psicológico o simbólico.
L. de 27 años, Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas me cuenta: “Justo ahora voy con una amiga en el coche. Estábamos saliendo del aparcamiento tranquilamente, cuando un hombre se ha parado al lado del coche a indicarle a mi amiga cómo tenía que sacarlo. ¿Tú cómo lo ves? ¡Nosotras en ningún momento hemos pedido ayuda ni asesoramiento para desempeñar la acción! El hecho en sí, no es agresivo, claro, pero, ¿significa que él ha interpretado que estábamos en apuros? ¿Por qué? ¿No nos está situando en posición de inferioridad dando por hecho que necesitamos su ayuda, o que somos un poco inútiles al volante? Mi amiga ha bromeado: “Éste debe estar pensando que el volante se dirige con el pene…Y como por aquí no hay ninguno…Jajajaja!” Nos reímos, pero por no llorar. Y agradable no es.
Por otro lado, I., Diplomada en Ciencias Empresariales, me explicaba situaciones en las que la percepción de invisibilidad marca el límite del agravio: “Cuando estaba de comercial, muchos hombres a los que iba a visitar ni me daban la mano ni me ofrecían sentarme. Cuando iba con mi compañero sólo le miraban a él, hablaban con él, como si yo no existiese”.
Y sobre no ser vista, o al menos no como una mujer, comentaba R., investigadora de 35 años: “Me cuesta recordar la última vez que sentí ese tipo de violencia…Creo que tiene que ver con mi imagen, la verdad. La mitad de la gente no sabe ni cómo dirigirse a mí. Sé que mi aspecto es bastante andrógino, por eso creo que si me siento segura cuando vuelvo de noche por la calle a casa, es sólo porque ¡creen que soy un chico! ¡Es tremendo ahora que lo pienso! Increíble, injusto…Me ocurre de forma natural, pero podría interpretarse como una forma de cuidarse de no ser agredida o violada. Sin embargo creo que la sociedad debería centrarse más en enseñar a los hombres a no violar, que en enseñar a las mujeres a cuidarse de ello, tal como recomienda el Ministerio del Interior”.
M.J. también se refería a la dimensión social en su respuesta. Ésta pedagoga de 70 años, se siente tremendamente agredida por la aprobación y entrada en vigor de la Ley 27/2013, de 27 de diciembre, de racionalización y sostenibilidad de la Administración local. El impacto de esta Ley sobre las políticas de Igualdad, afirma, es demoledor. “Supone una gran pérdida de recursos, a nivel municipal, para la Igualdad. El Gobierno arremete con un nuevo ataque frontal a las políticas de Igualdad exterminando la promoción de las mujeres como materia competencial de la administración local. Supone un paso atrás sin precedentes, y el desmantelamiento de una red de centros y servicios para la promoción de la igualdad de género, y de atención y asistencia a mujeres víctimas de violencia machista, que no sólo perjudica en sus derechos a las mujeres, sino también a sus hijos e hijas, y por tanto a toda la sociedad española que está sufriendo un retraso en los avances conseguidos en materia de igualdad entre mujeres y hombres. Esto es una agresión al modelo de Estado que proclama nuestra Constitución Española y a todas nosotras”.
Ana Pérula, miembro de la Red EQUO Mujeres