Hace años, cuando estudiaba en la facultad, un viejo y sabio profesor de los que hay pocos nos sorprendió a todos al introducirnos en la teoría del amor como tema y concepto trascendental en la Historia de las Ideas. Muchos se miraron con escepticismo y expresaron cierto rechazo al estudio del asunto en un entorno académico. Lo mismo que ocurrirá, supongo, a quienes lean estas líneas esperando un tema político o socioeconómico.
Pues bien, en aquella clase nos adentramos, cómo no, en la lectura de los textos de «El banquete» de Platón y otros referentes al tema. Hay que decir que quedamos traspasados por la profundidad del asunto y por la trascendencia más allá de las relaciones personales e íntimas. Dice Victor Frankl en su impactante «El hombre en busca de sentido» que el amor es la única fuerza capaz de sacar al hombre de las circunstancias más espeluznantes e incluso, sobreponerse a la muerte, tal como decía Quevedo en su soneto «Amor más fuerte que la muerte». Relata Frankl como recordar y pensar en su mujer era la única manera de soportar medianamente la barbarie mientras andaba por los caminos helados de Auschwitz.
Llegados a este punto, puede uno preguntarse si, ya que la muerte, la guerra (la vemos todos los días en las noticias entrando en nuestras mentes y en nuestras casas) es una idea, una estrategia, una línea de acción política, ¿por qué no hacer del amor otra fuerza de acción política en un modelo de sociedad y de mundo que gire alrededor de la idea de la vida política, económica y social como un ecosistema simbiótico, y por qué no, amoroso, tierno, afectuoso, compasivo?
El pensador y lingüista americano George Lakoff, señaló hace tiempo que, fundamentalmente, hay dos grandes modelos de sociedades: una de raíz más agresiva, la predominante, que deja al individuo a la intemperie, a la ley de la selva, y que piensa que en la lucha, en el conflicto, en la guerra, los hombres se hacen fuertes y útiles (nótese el uso de la palabra «hombres», en un modelo patriarcal y fuertemente machista); otra, una sociedad que cuida de los individuos de manera afectuosa, preocupándose por su suerte y su destino, sus necesidades y anhelos, una sociedad «tierna», sensible, y, por qué no, amorosa.
Y no es ajena otra tradición religiosa y filosófica que tiene en su raíz el mismísimo concepto del amor como núcleo central de su doctrina, aunque en la práctica política durante siglos no lo parezca: el cristianismo. La enseñanza de Jesús de Nazaret reside básicamente en un principio base para las relaciones humanas, el amor. Exclusivamente el amor. No las leyes hipócritas. De ahí que la idea del amor como organizador de nuestras sociedades esté en el ADN de nuestra civilización occidental y no nos sea ajeno.
De ahí que, el amor y la felicidad en todas sus formas, como impulso base del funcionamiento de las sociedades, esté tomando forma en nuevas maneras de pensar sobre la política, la sociedad, y la economía. Basta citar la tasa bruta de felicidad que se abre paso como alternativa al PIB como medida real de bienestar de una sociedad, a la manera que en el reino budista de Bután el monarca pregunta a sus súbditos un cuestionario sobre su vida y cumplimiento de expectativas anualmente.
Puede que desde que la lógica aplastante del capitalismo productivista, agotador de recursos y explotador de personas, no tenga ningún sentido. Pero las formas de oposición y protesta que se visualizan en distintos países, tales como Occupy Wall Street o nuestro 15-M, estén pidiendo a gritos una nueva forma de organizar, medir, construir, nuestras sociedades.
Una nueva forma de organizarse que tome la preocupación por todos los miembros de las sociedades, como idea base de la política. Llámenlo como quieran, pero eso de preocuparse y cuidar de los demás, se parece mucho a aquello que llamamos amor.
Alberto de los Ríos. Miembro de EQUO
2 ideas sobre “Breve apunte sobre el amor y la política”
Yo también me requeteapunto al «amor como fuerza de acción política»!!
¿El amor como fuerza de acción política? Me apunto!! 🙂