Últimamente, los partidos que dominan la escena política, tanto en el gobierno como en la oposición, parecen decididos a poner en marcha toda una operación de marketing, en lo que pretenden que sea su sanadora canción del verano, es decir, la coreografiada representación de un solemne “Pacto para la Regeneración Democrática y Política”.
¡Qué curioso! … De repente, justo cuando han visto reducida peligrosamente su dieta de votos, le han entrado un voraz apetito por los productos que, al menos en sus etiquetas, lleven el sello oficial de “Transparencia y Honradez”.
Que han brotado más imputados en las filas de sus partidos, que champiñones en un otoño especialmente húmedo, ya lo sabían y desde hace bastante tiempo. Así como que es más difícil encontrar un Concejal de Urbanismo impoluto que hallarle el sentido a mantener los cuantiosos gastos de una fantasmagórica Cámara del Senado, de la que todo el mundo, alguna vez, ha oído hablar, aunque apenas nadie sea capaz de definir su espectro. O que eran conocedores de esa poderosa abducción que los más selectos y dadivosos trajes ejercen sobre algunos dirigentes políticos; o de la aparición de suntuosos coches, regalos con pedigrí, extraordinarios viajes (cuasi-astrales, por la nula repercusión en el bolsillo del beneficiado), o de maravillosas fiestas de cumpleaños en formato cuento de hadas que, finalmente, como siempre, acabarían sufragando los siete enanitos. Al igual que hace bastante tiempo que se sabe de la sobrenatural existencia de sobres anónimos, con nombres y apellidos; de la reencarnación en la sede central del partido del gobierno del supuestamente extinto tesorero (desde el año 2.010), cuya aparición se explicó científicamente como una extinción en diferido. Por no hablar de los ERES que ERES de Andalucía, que han sido esnifados, tomados con hielo, o pelados en suculentas fuentes de marisco; cuyos eructos, tardíos, llevan tiempo resonando en los juzgados sevillanos.
Sí, hace ya mucho tiempo que huele mal. Como si una huelga de basureros, de esa forma de hacer política, estuviera permitiendo que se amontonasen los innumerables despojos, inmundicias, bazofia o cochambre que van dejando tras sus actuaciones. Y ahora, los mismos que por acción, encubrimiento u omisión, han ido acumulando semejantes montañas de detritus infectos, son los que pretenden dictar las normas para conservar (políticamente hablando) un aire limpio y respirable. Los mismos que, hace tiempo, decidieron quitarse la pinza de la nariz para descubrir lo beneficioso que puede resultar saber apreciar ese olfatillo a putrefacción.
Tal vez, por eso, me descubro a mí mismo chupándome el dedo cuando últimamente les oigo hablar de “regeneración política y democrática”. O cuando, ante los evidentes casos de financiación ilegal, cajas “B”, cobro de comisiones, agasajos a granel, malversación de fondos públicos y un largo etc., que componen el estercolero antes citado, se dedican a prostituir la célebre reflexión del eminente filósofo Sócrates: “yo sólo sé que no sé nada” . Aunque algunos añaden, reconvertidos a la escuela filosófica de los Cínicos: “salvo alguna cosa”.
Sin embargo, mi candidez tiene un límite, y en un acto de rebeldía retiro bruscamente mi insípido dedo de la boca; y, como si estuviera poseído por la escrutadora inocencia de “Mafalda”, me atrevo a exclamar ésta pregunta: ¡Pero, boludos, ¿cómo puede ser que esos señores, de antifaz y saco a la espalda, sean los que dicten las nuevas normas del juego limpio?!
Acaba de cumplirse el cincuenta aniversario de tan inspirador personaje. Y dado los tiempos que corren, se hace más necesario que nunca ese tipo de cuestionamiento que no se pliega ni a la más embaucadora de las mentiras. Por eso, es su espíritu el que se revuelve y se manifiesta a través de cualquier voz, como la mía, para que nadie le impida seguir haciendo sus transparentes preguntas.
Y yo creo que, al menos, y a modo de homenaje, le debemos una respuesta.
José Moral, simpatizante de EQUO