María José Iglesias. Sindicato Ustea.
Comenzaremos, a la manera socrática, con una pregunta: ¿qué papel juega y ha de jugar la educación en el cambio y la evolución de los papeles tradicionalmente asignados a mujeres y hombres?
Cuando hablamos de educación habremos de distinguir dos niveles: la reglada, que se administra en el sistema educativo y que ha de contemplar por tanto espacios y estructuras que tengan en cuenta este objetivo, y la no reglada, la que se produce de manera asistemática sobre todo en el entorno familiar pero también en el más amplio, el de la sociedad donde nuestros jóvenes se desarrollan y beben de experiencias y estímulos diversos.
En el primer nivel, desde la década de los 90, en Andalucía la perspectiva de género es tratada en el sistema educativo como uno de los temas llamados “transversales”. Son éstos temas que han de recorrer, de alguna manera, todas las áreas de aprendizaje tiñendo el currículum de un punto de vista si no feminista, sí que tenga en cuenta la visión de género. También en Andalucía se han implantado en los centros de enseñanza los llamados Planes de Igualdad de forma estructurada sobre todo a partir del año 2005. ¿Cuáles han sido los resultados de estos Planes? Desde USTEA-Enseñanza se ha hecho un detallado estudio de su incidencia, dando como resultado que, si bien se aprecian leves cambios en ideas y actitudes, los estereotipos de género permanecen prácticamente en la misma escala de hace 12 años. Esto significa que el cambio no vendrá dado por planes reglados que fuercen de alguna manera la introducción de esta perspectiva entre el alumnado. Por otra parte, asignaturas como Educación para la ciudadanía o Ética que han sido desde su implantación espacios necesarios para trabajar estos temas, se ven abocadas a desaparecer con la imposición de la LOMCE que elimina todas aquéllas áreas que puedan llevar a la reflexión y al pensamiento crítico, a la toma de conciencia y a la tentación del cambio.
Las y los profesionales de la educación, no obstante, sabemos por experiencia que poco podemos hacer si resulta que los niños y las niñas que llegan a la escuela vienen ya con prejuicios muy marcados en sus propias familias, en los cuentos que escuchan, en las películas que ven, en los videojuegos que juegan. Lo tenemos difícil si resulta que, por más que nos esforcemos, las cosas buenas son cojonudas y las malas un coñazo, un chico que tiene muchas novias resulta muy atractivo y una chica que sale con muchos es una furcia, si nos vienen de unas casas en donde, desde muy pequeños, lo que ven es cómo su madre se esfuerza en las tareas domésticas, incluso cuando llega del trabajo, y su padre, cuando está, se dedica a hacer las cosas que le gustan. Cuando el amor se identifica con los celos y se sigue entendiendo que quien bien te quiere, te hará llorar.
Desde hace mucho sabemos que las niñas y niños no aprenden casi nada de lo que escuchan, pero todo de lo que ven. Y, aunque hay que admitir que en las sociedades más desarrolladas las cosas están cambiando muy poco a poco, sobre
todo en estratos muy determinados, todavía queda mucho por andar. Hace muy poco pude ver espantada un documental titulado The surrendered wife (La esposa rendida), en donde se explica en qué consiste una corriente de moda en Estados Unidos a raíz de la publicación de un libro del mismo título, que defiende la necesidad de que las esposas se rindan y se sometan ante sus maridos en las más diversas formas -desde guardar silencio hasta consentir en la relación sexual cuando él lo decida- con objeto de mantener un matrimonio y una familia feliz.
El enemigo es fuerte, porque se encuentra dentro de nosotras y de nosotros y el cambio vendrá ineludiblemente a través de la toma de conciencia. La educación es y será nuestra mejor, nuestra única arma.
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