Lo común está sobre el tablero. Puede que sea una moda terminológica, una moda ideológica y, ojalá no, una moda de postureo político. Es muy oportuno que aparezca de vuelta en nuestro panorama y en nuestro horizonte de la conversación local y global. Lo han puesto sobre el tapete las iniciativas político-sociales municipalistas que han sorprendido a algunos de sus mismos promotores, a través de sus nombres.
La idea de la construcción y la defensa de lo común es un modelo asentado sobre comunidades construidas sobre la confianza que son capaces de cooperar y compartir el uso (más que la propiedad) de los bienes básicos para la vida: un mundo de todos y de nadie.
El modelo es la única alternativa en un mundo finito donde los recursos empiezan a escasear, donde la energía basada en el carbono se agota y está en manos de unos pocos, y donde los efectos del cambio climático causados por la forma de producción actual amenazan con destruir los ecosistemas y los recursos naturales básicos que abastecen a grandes poblaciones y amenazan la forma de vida de otras. Un cambio climático que, sin embargo, no preocupa a unas élites dispuestas a concentrar los recursos menguantes en manos de unos pocos. Efectivamente, es “el capitalismo contra el clima” como señala Naomi Klein y, sí, “lo cambia todo”. Porque el capitalismo desregulado de la globalización ha acelerado aún más, si cabe, este proceso que se cierne sobre gran parte de la humanidad y que es el trasunto de la crisis-estafa económica que vivimos/padecemos.
Ante ello, la idea de una nueva forma de conducirnos, cooperativa, colaborativa, que use los bienes comunes menguantes, y que nos lleve a formas de vida más sencillas pero más felices, el cambio de nuestros índices y tasas productivistas como el PIB por otros formas que indiquen el bienestar como el Tasa Bruta de Felicidad o el Índice de Desarrollo Humano, es una forma de resiliencia o adaptación a las situaciones adversas que se nos vienen encima. Si no iniciamos pronto una transición a una nueva forma de vivir, más colaborativa, cooperativa, basada en el uso y la tenencia común, frente a la competencia y la propiedad privada, si no iniciamos pronto la transición hacia nuevas energías renovables sostenibles en el tiempo y sin emisiones de CO2, el autoconsumo y la democracia energética compartida en red, si no iniciamos un proceso de democratización profunda de nuestras sociedades que permita a las comunidades decidir realmente el uso de los recursos básicos, nos veremos conducidos a una era de conflictos por los recursos escasos y por la concentración y apropiación de los mismos por grupos reducidos en disputa.
Y en ese contexto nos hallamos, tanto a nivel local, estatal como internacional. Con un capitalismo desregulado depredador que ha copado las instituciones políticas y los recursos a través del poder de las corporaciones y ha dejado en manos del 1% la riqueza, los medios de comunicación y el poder de control de masas. Frente a ellos, el 99% de la humanidad que padece los efectos del uso incontrolado de los recursos por parte de unas élites. Y esto se manifiesta en todos los órdenes y niveles territoriales. Una situación en la que, análisis clásicos de oposición al sistema imperante del tipo lucha de clases quedan desbordados, aunque mantengan similitudes en lo fundamental. Ya no hay sólo una clase obrera alienada, sino una gran colectividad humana explotada y expoliada. Además, modelos como el de la socialdemocracia europea han fracasado en su intento de repartir parte de los beneficios de un capitalismo que escapa a la intervención de los estados-nación y que ha desnudado a este paradigma al completo.
Estamos en el momento en que aparecen nuevas fórmulas de resistencia y alternativa política y social a este mundo globalizado desregulado y depredador, cuyo antecedente cercano es el movimiento globalizador, pero que tiene referentes más lejanos como la lucha obrera, ecologista, feminista o de los derechos civiles. Como se ha visto en Grecia, ni siquiera una fuerza de confluencia política, con apoyo social y popular en las calles ha sido capaz de doblegar a una Europa institucional dispuesta a doblegar cualquier resistencia. Aunque este capítulo aún no ha terminado, seguramente. En América Latina ya han sufrido situaciones parecidas y se han opuesto con mucho más éxito en algunos casos. Cualquier movimiento de alternativa a lo que se nos está imponiendo como pensamiento y paradigma único tiene que venir de la confluencia de fuerzas sociales y políticas que articulen un modelo alternativo que nos prepare para esta transición a otro mundo posible y necesario.
Pero esa alternativa debería construirse sobre un mínimo común múltiplo que nos permitiese construir un relato de mínimos creíble para la ciudadanía. En el caso estatal, el caso español, debería plantear con claridad la supresión de la reforma del artículo 135 de la Constitución (llevada a cabo en agosto y con acuerdo de los dos grandes partidos), base de toda la prioridad del pago de una deuda en gran parte ilegítima; la auditoría de esa misma deuda; la supresión de los oligopolios energéticos y el desarrollo de la democracia energética (previa nacionalización, quizás) y la constitución de redes de autoconsumo y productores (prosumidores); la elevación del salario mínimo hasta niveles suficientes para una vida digna y de la pensión mínima, así como una renta básica; la puesta en marcha de procesos de participación democrática constante y directa; el desarrollo de un modelo económico cuyo balance incluya a su comunidad y al bienestar social y vuelva a localizar la producción y el consumo; y la apertura de un nuevo proceso constituyente que reinicie una verdadera democracia construida por una sociedad sin miedo y que coopere con otros pueblos y sociedades que construyan en Europa y en el mundo realidades similares. Un proceso que sume desde abajo y que en ese proceso de redes transnacionales desafíe al modelo que Europa ha construido en torno, sobre todo, al euro y a su mantenimiento como divisa internacional a costa de la dignidad de las personas y unas instituciones escasamente democráticas.
Es necesario articular un mínimo común múltiplo sobre un programa común, de transformación y de transición hacia otro paradigma y no sólo una suma de siglas o una iniciativa de partidos. Esa construcción de un nuevo paradigma puede tener un primer paso en los procesos electorales existentes, pero tiene que producir una nueva realidad, con tres patas, la institucional (presencia, influencia y gobierno), la social (apoyo de colectivos y en la calle) y la económica (con un nuevo paradigma basado en el bien de las comunidades, la colaboración y la cooperación, y adaptado a los territorios). Una nueva realidad que ponga en el centro a las personas y a los cuidados para una vida mejor y no a las estructuras ni a las organizaciones ni los esquemas ideológicos, como siempre se ha hecho en un mundo de hombres. Todo lo que no consiga construir una alternativa fuerte en esos tres lados del triángulo, no conseguirá ser más que flor de un día, y será de cocción lenta, no en un periodo de tres meses antes de unas elecciones. Serán pactos de pasillos o de comisiones de miembros de partidos diversos. Pero no será la aportación de los mínimos comunes múltiplos de las distintas tradiciones de lucha y construcción de otro mundo posible, sino el germen de un máximo común divisor en distintas facciones y personalismos. Será el germen de la sociedad de lo común, de la cooperación y de la empatía, o no será. Será el tiempo de las mujeres. Versará sobre los problemas de la gente y los programas y proyectos para solucionarlos. Ése es el relato del mínimo común múltiplo. ¿Estamos maduros para contarlo y oírlo?
ALBERTO DE LOS RÍOS SÁNCHEZ . Profesor. Miembro de EQUO y concejal de Ganemos Córdoba.