El pasado 11 de febrero tuvo lugar en Córdoba la charla Trabajar menos para trabajar tod@s y, además, vivir mejor: ¿utopía o necesidad?, a cargo de Florent Marcellesi, investigador y miembro de EQUO Euskadi. La sala del IESA donde se celebró estaba llena. Hace apenas cinco años, solo un reducido número de visionarios hubiera venido a esta charla. Hoy día, con casi seis millones de personas desempleadas, ¿quién no quiere imaginar que hay otras formas mejores y más justas de organizar nuestra vida productiva? Ya no somos cinco o seis…
Lo que Florent compartió con nosotros no es nuevo, pero se dota de especial vigencia en estos tiempos. Frente al discurso de la clase dominante de que hay que trabajar más y ganar menos, incluso en nombre de un supuesto patriotismo (“hay que arrimar el hombro”, etc.); nosotr@s decimos justo lo contrario: hay que trabajar menos, en nombre de la justicia y la solidaridad: la social, la ambiental e incluso la económica. Es factible, no sin antes pasar por un periodo de transición y resistencia al cambio. No es, por tanto, una utopía o quimera irrealizable: ya se ha hecho en otros momentos de la historia. Pero es que, además, es algo más que un deseo: es una necesidad. Vayamos por partes.
Retrocedamos en la historia. No muy lejos, un siglo y medio. En 1876 se consiguió reducir la jornada laboral de 16 a 8 horas. Visto ahora casi produce risa. La tarea fue titánica pero se hizo. ¿No parecería en ese contexto una utopía más inalcanzable que la jornada de 21 horas que actualmente proponemos? Pues bien: se consiguió.
Reparto del trabajo y justicia social
La New Economics Foundation (NEF) ha hecho el cálculo. Actualmente, con solo 10 horas semanales de empleo remunerado por persona activa se saca adelante la producción de un país. A ello se le añade la media de horas que dedicamos al trabajo no remunerado o reproductivo (cuidado de la familia, tareas del hogar, etc.) y tenemos una jornada laboral semanal de 21 horas, que incluye ambos tipos de trabajo. Aquí encontramos la primera piedra de toque: el concepto del trabajo.
La concepción del trabajo más extendida hoy día proviene de la revolución industrial. De ahí la denominación de mercado laboral:
En nuestra sociedad el trabajo así concebido es una condición de estatus social muy determinante. Está mal visto no tener empleo. Es un estigma que no solo te condiciona económicamente, sino socialmente. En España, por ejemplo, encontramos tres segmentos muy diferencias según el empleo. El primero está formado por personas con empleo a tiempo completo (jornadas de 40 horas) que forman una especie de aristocracia de trabajadores, los cuales, además, son los beneficiarios de los derechos sociales a los cuales no acceden, de igual forma, los segmentos restantes. Estos son los desempleados y los que están empleados a tiempo parcial o empleados precarizados. El sociólogo francés André Gorz acertó al nombrar nuestra sociedad como “sociedad del paro”.
Repartir el trabajo, en este contexto, se nos antoja un camino necesario para conseguir la justicia social. Redistribuir las largas y estresantes jornadas de 40 horas semanales entre más personas, de modo que el acceso a los derechos sociales no se convierta en una cuestión de privilegios, es apremiante. Esto, mientras el empleo sea la vara de medir, pero con el horizonte puesto en la renta básica ciudadana.
Reparto del trabajo como salvavidas ambiental
Si bien la vertiente de justicia social antes comentada suele encontrar cierta aceptación y simpatía, la variante ambiental queda siempre injustamente olvidada en este debate. El mantra capitalista de “trabajar más, ganar más y consumir más” tiene un efecto devastador en nuestro planeta. Es el mito del crecimiento infinito. El santa sanctorum del capitalismo: producir, consumir y desechar como si no hubiera límites, como si los recursos naturales de la Tierra fueran interminables y la capacidad planetaria de absorción de los residuos fuera un inmenso agujero negro inacabable. Nada más insensato, necio, absurdo y fuera de la realidad.
Se supone que tenemos que aspirar a encontrar un empleo a jornada completa (40 horas semanas). Pues bien, si todas las personas en edad activa lo hicieran necesitaríamos 6 planetas Tierra para obtener los recursos necesarios para semejante producción y para poder asimilar los residuos generados (parafraseando al chiste, de cambio climático ni hablamos). El altísimo coste energético de nuestro modelo productivo (y, por extensión, de nuestro modo de vida) va a cobrarnos una factura que no nos podemos permitir (un punto de no retorno de disrupción climática).
Trabajar para satisfacer las necesidades básicas, sin destrozar por el camino el único planeta del que disponemos, es un cambio radical de paradigma que no va a ser fácil ni rápido. Pero no es imposible, ojo, y esto es lo que tenemos que poner en valor. Tenemos el ejemplo de la iniciativa Working 4 Utah (Estados Unidos), donde hace un par de años se redujo la jornada laboral, de modo que solo se trabajaba de lunes a jueves. Los resultados fueron espectaculares. No solo en mejora de la calidad de vida de las personas (recuperar el tiempo para la vida), sino también en ahorro energético (el ahorro total en un año fue de 1.8 millones de dólares en electricidad y se evitó la emisión a la atmósfera de 12.000 toneladas métricas de gases de efecto invernadero).
Reparto del trabajo y ciudadanía activa
En nuestra opinión, uno de los mayores incentivos de una jornada laboral más corta y más sensata es el poder destinar tiempo a ser ciudadanos. Seamos claros: ser ciudadanos activos lleva mucho tiempo. El cansancio de quienes somos parte activa de organizaciones o asociaciones es evidente. Tenemos que multiplicarnos para llevar todo adelante: empleo (quien lo tenga), familia y vida social, activismo, tiempo personal… Hay quien puede con todo durante un tiempo y hay quien, por agotamiento, se queda en el camino o casi renuncia a otros aspectos de su vida (descuido de la vida familiar, por ejemplo). La ciudadanía activa requiere tiempo y el no tenerlo y no dedicárselo implica un gran riesgo: dejar la vida pública –la política- en manos de “profesionales”. No dudamos de que el actual sistema de partidocracia esté más que feliz con esta falta de tiempo para comprometernos. Con votar cada cuatro años tenemos bastante, consideran, y hacer algún acto de corte caritativo de vez en cuando es suficiente para acallar nuestra conciencia social. Hay quienes sentimos que no es suficiente. Una jornada laboral coherente nos facilitaría tener tiempo para otra forma de vida pública. Como apunta Florent Marcellesi, la palabra “felicidad” se ha apartado del lenguaje económico. Reivindicamos otra forma de trabajar para nos llegue la vida a más, para ser más felices.
Camino se hace al andar
Como apuntábamos antes, sabemos que la transición a otra forma de organizarnos no será rápida ni fácil. Tendremos que explorar modos de lograr una economía próspera sin crecimiento. La resistencia al cambio es muy dura y proviene de distintos frentes: el empresarial, el económico y el social (la propia ciudadanía). En este proceso tendremos que redifinir de forma colectiva el concepto de riqueza, de necesidades. ¿Quién nos marca qué es la riqueza?
Habrá que hacer frente al posible impacto sobre la pobreza. Si ya hay familias que con empleo a tiempo completo tienen problemas para llegar a fin de mes, una jornada laboral más corta puede empeorar esta situación. Aquí entra en escena la redistribución de la riqueza: subir el salario mínimo, establecer una renta máxima, abordar una profunda reforma fiscal…
Los sindicatos juegan un papel primordial. Es hora de unir las reivindicaciones laborales con las indicaciones ecologistas. Es hora de buscar sinergias y darse cuenta de que las organizaciones sindicales no son las únicas que se preocupan por la vida laboral. La propuesta de la jornada de 21 horas aúna a más colectivos. Es obvio que esta propuesta por sí sola no cambia las cosas si no va acompañada de otros profundos cambios en otros aspectos políticos y socioeconómicos. Pero ya hay gente que está caminando. Desde distintos caminos. Varios ejemplos, cercanos a Córdoba: el Encuentro de monedas sociales (Sevilla, mayo 2013) o el II Encuentro de ciudades y pueblos en transición (Coín, Malaga, abril 2013).
En resumen, el debate es largo y complejo, pero no utópico. La utopía es pensar que podemos seguir como hasta ahora. Lo demás, es posible y deseable.
María José Pérez, simpatizante de EQUO