Andalucía en la encrucijada: desde el 4 de diciembre y hacia un futuro cargado de esperanza.

Hay un antecedente del 4 de diciembre que nos habla de la esencia colectiva y aspiraciones de un pueblo: La Constitución de Antequera de 1883.

Hay desde hace mucho tiempo en Andalucía, pero no solo en ella, políticos con vocación federalista, que no renuncian a sus ideales de autogobierno, y elaboran constituciones federales.

Así, los federalistas andaluces se reúnen en Antequera en 1883 y aprueban el proyecto de constitución para Andalucía en la que se proclama «Soberana y Autónoma», organizada en «una democracia representativa que no recibe su poder de ninguna autoridad exterior”.

La Constitución de Antequera de 1883 propone una organización de «abajo hacia arriba» en la que se ve a Andalucía como una sociedad de individuos libres que pactan entre si un poder comunal (el Municipio) que a su vez delega libremente en un cantón (que podrían ser las comarcas naturales). Los cantones, a su vez, crean la federación andaluza de cantones que delegan competencias en el Estado Andaluz, y este a su vez se confedera libremente con otros Estados peninsulares. Duró demasiado poco, como para hacernos una idea de cómo podría haber sido.

Esta carta constituyente venía dada por la reacción frente al centralismo impuesto del sistema liberal, unido a los movimientos románticos que defendían la identidad de los pueblos y la corriente federalista muy difundida durante la I República. Fueron movimientos con un fuerte arraigo en regiones periféricas como Cataluña y País Vasco, si bien en Andalucía careció de un apoyo popular generalizado, quizá por lo amplia y diversa que es nuestra tierra. Con estos antecedentes y cuando se estaba gestando una transición política tras la muerte del dictador, el 4 de diciembre de 1977 en torno a un millón y medio de personas salió a las calles por toda Andalucía pidiendo la autonomía, convocados por la Asamblea de Parlamentarios, que agrupaba a todos los diputados y senadores elegidos por las provincias andaluzas en las elecciones generales realizadas ese año.

Así, autonomía y libertad siendo sinónimos de la misma lucha, eran los valores en que descansaba y se identificaba la Autonomía. Sin embargo, uno de los males que no ha tenido solución en este marco territorial que se gestó entonces, es el que perpetúa un centralismo que ha ejercido y propiciado agravios entre territorios.

Un marco federal como el que ilusionó a esos políticos del s. XIX pondría la autogestión de los territorios en un mejor equilibrio y mejoraría la relación con un estado centralista viciado, como el que nos encorseta en esta España de autonomías desiguales y de complejas relaciones interterritoriales. Los Estados federales suelen estar organizados con respecto a una Constitución, que define las competencias exclusivas de cada territorio y las que son compartidas; pero en el caso de España, aunque el estado de las autonomías debería regirse por estructura similar, la realidad es bastante desigual, y las atribuciones estatales hacen ilusorias algunas de las gestiones que corresponderían a los territorios autónomos.

En EQUO entendemos que la mejor forma de gobierno es la de una república, entendiéndola como asociaciones locales de ciudadanos, promoviendo la participación ciudadana en los asuntos públicos. Y asociada a ella, el concepto del federalismo, que busca la descentralización y gestión en ámbitos territoriales más pequeños, para así evitar gobiernos centrales fuertes con una alta concentración de poder.

Porque lo que queremos es lograr la soberanía en la gestión de los recursos, del territorio y la toma de decisiones en los lugares donde tendrán efecto dichas decisiones, no en lugar lejano y ajeno a la problemática local. Sin tintes nacionalistas o diferenciadores que quieran marcar distancias con otros territorios. Con la única premisa de la cercanía en la gestión y soberanía en la toma de decisiones, porque queremos disfrutar de soberanía energética, soberanía alimentaria,…y la mejor manera de alcanzar esas soberanías, es administrar y resolver las necesidades desde lo local y cooperativamente, mediante una participación ciudadana efectiva. Y para ello no se necesita hacer alarde de una historia larga, grandiosa o admirable -que sin duda Andalucía posee-, sólo tener un interés real en la autogestión y cooperación entre ciudadanos y ciudadanas libres, que habitan un rico y diverso territorio como el andaluz.

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